Hoy es Pentecostés. Dios vuelve a soplar su aliento sobre nosotros. La primera vez, sobre Adán, al que transmitió la vida con Su aliento. Esta segunda vez, nos redime y con Su aliento nos transmite la Vida eterna que ha ganado para nosotros.
Cristo renueva el amor primero que recibimos del Padre y que rechazamos por el pecado. La oportunidad del amor humano que deberíamos habernos entregado naturalmente y que hemos despreciado, la ha transformado en la posibilidad de amarnos, a través de la cruz, con el Amor Divino: El Amor que nace del Espíritu Santo que habita en nosotros, es el que ahora podemos entregarnos el uno al otro por el Sacramento del Matrimonio. ¿No es impresionante?.
Y ¿Cómo actúa el Espíritu en los esposos? Como dice San Juan Pablo II, es una nueva relación alma-cuerpo, en la que hay una nueva composición de fuerzas interiores que cambian nuestra sensitividad, nuestra espiritualidad y nuestra afectividad, haciéndose más sensibles a los dones del Espíritu Santo. Los esposos que lo acogemos ya no nos regimos por los atractivos mundanos, sino que ansiamos los frutos que el Espíritu nos trae: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad (amabilidad), bondad, fe (fidelidad), mansedumbre, templanza (dominio propio). ¡Cuánto ansiamos esos frutos para nuestro matrimonio! ¿verdad?. Tenemos ansias de Tu Espíritu, Señor.
Pentecostés nos trae un anticipo del cielo, hermanos esposos. Y Dios ha puesto en nuestra mano palparlo aquí en la Tierra. Es el Espíritu quien lo hace posible.
Oramos con la secuencia: Ven Espíritu Santo… Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
José Luis y Magüi
Los autores de esta reflexión son matrimonio español, de Madrid,
empeñado en una pastoral conyugal a base del enseñamento de Juan Pablo II