La publicación de cualquier nuevo documento papal siempre induce a una búsqueda inmediata de los fundamentos de su “actualidad” y, por ello, a la determinación de su papel en la gestión y fomento de la vida y del testimonio de las comunidades cristianas. Tal actitud no solo es necesaria; una bondad inteligente con la que ese talante debería manifestarse, marca el espacio en que una simple pertenencia a la Iglesia y un riesgo creativo responsable, animando no tanto al respeto que a una plena identificación, coexisten apoyándose mutuamente.
Los dinamismos, aquí presentados, pueden ser sostenidos y fortalecidos si la referencia al texto, en este caso al Amoris Laetitia, es capaz de captar plenamente su carácter y colocarlo en un período más largo, lo que ayuda a comprender que su “novedad” no se parece a una seta que, de repente, asoma debajo de las hojas en el bosque, sino que, más bien, evoca una rama nueva, recién crecida, en una planta centenaria.
Yendo más allá de la metáfora, estoy convencido de que Amoris Laetitia constituye una aportación muy original al Concilio Vaticano II, sobre todo en cuestiones relacionadas con la presencia de la Iglesia en el mundo, dado que es capaz de recordar el adecuado entendimiento de este aspecto, expresado en Gaudium et Spes.
La decisión de implicar a toda la autoridad de la Iglesia en una serie temática que, al menos a corto plazo, aprecia las enseñanzas significativas del magisterio de la Iglesia revela aspectos interesantes de las prioridades del papa Francisco, máxime teniendo en cuenta, que la Secretaría del Sínodo, que culminó sus trabajos en 2012, presentó las propuestas de los temarios de la siguiente asamblea, que incluían “materias cristlógicas y antropológicas, con una referencia especial a la constitución conciliar Gaudium et Spes.
La selección específica, llevada a cabo por el papa Francisco, ha sostenido el interés por los aspectos de la presencia de la Iglesia en el mundo, demostrando la voluntad de re-evaluar la importancia de planteamientos del sistema teológico situando la familia como uno de los centros más neurálgicos de la vida eclesiástica y social, colocada en el meollo de las cuestiones. La familia debe esta posición central al propio Concilio, que la emplazó, en este contexto, entre “algunos de los problemas más acuciantes” (GS 47-52).
Debido a ello, los valiosos frutos de la asamblea sinodal han generado una nueva actitud hacia la recepción de Gaudium et Spes. Al tener en cuenta el enfoque específico del papa Francisco, esta encíclica reinterpretada de nuevo refleja su novedad, particularmente original en la segunda parte, en que fue expresada la conciencia de la Iglesia, en cuanto a la adecuación del mensaje cristiano a la realidad, los problemas y asuntos urgentes, con presencia a diario, en la vida humana. Tras esta disposición se vislumbra el convencimiento de que las causas fundamentales de la existencia de la Iglesia en el mundo y entre la gente brotan directamente de ella, de la propia Iglesia, del “ser Iglesia”. Gaudium et Spes parece estar, más que cualquier otro documento eclesiástico anterior, presente en la recuperación de este formato original de la subjetividad de la Iglesia. El acompañamiento a los cristianos en este proceso es una de las principales maneras de afrontar los retos del cambio de época que se está produciendo hoy en día, según las palabras del Papa.
Hay que reconocer que pertenece ya al pasado la relación de oposición entre dos modelos del matrimonio, el mundanal y el cristiano. En la actualidad la alternativa consiste en la preocupación por las difíciles condiciones en que muchas personas se ven obligadas a arriesgar su propia libertad. Es menester tener presente, al mismo tiempo, los condicionamientos relacionados con el clima histórico vigente y mantener la promesa del bien y de una vida de bien.
Esta actitud alude a algo más que a una renovación cosmética de prácticas pastorales. La corrección de algunos paradigmas, presentes desde hace tiempo, en las acciones de los cristianos, arrastra tras sí una preocupación triple, conforme a una trayectoria doble, sobre las dimensiones fundamentales de la identidad eclesial: la Iglesia está predestinada a estar en el mundo y entre las personas por el mero hecho de “ser Iglesia” y cuanto más activa se muestra, aquí y ahora, en su misión tanto mejor se redescubre a sí misma.
Don Gilgredo Marengo
sacerdote, profesor de antropología teológica
en el Pontificio Instituto de Juan Pablo II para
los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, Roma