Juan Pablo II era dieciséis años mayor que Joaquín Navarro Valls. El primero fue sacerdote por vocación y filósofo por formación; el segundo se graduó en la facultad de medicina pero se entregó a la pasión de periodista, siendo miembro de la prelatura del Opus Dei. Ambos se interesaban por la literatura y el teatro; los dos habían actuado en el escenario. Dominaban varios idiomas, se comunicaban con mucha fluidez. Durante los veintiún años de su cooperación les unía la convicción de que el Evangelio, en la actualidad, no solo ha de ser defendido, sino también predicado y transmitido a los demás de un modo nuevo.
Cuando Juan Pablo II nombró a Joaquín Navarro Valls su portavoz, en el Vaticano no se ocultaba la sorpresa ante el hecho de que un laico hubiese llegado a ocupar una posición tan importante. Era, no obstante, una decisión innovadora. Se trataba de dotar la comunicación del Papa con la opinión pública del énfasis en la “retroalimentación” con el fin de desarrollar diálogo y no el monólogo; para volverse más comprensible y no hablar por encima de las cabezas de los oyentes. El conocimiento de los medios por parte de Navarro Valls resultó crucial.
Los dos sabían que el mundo iba cambiando con la participación de los medios de comunicación en los que la imagen juega un papel cada vez mayor, aparte de la palabra hablada. Sin embargo, hay otro factor que parece aún más importante. A Navarro Valls, que renunció a su carrera de cirujano y psiquiatra, la fe le decía que el único tratamiento, realmente eficaz, para las enfermedades humanas y para el estado de la mente es Cristo. Por eso, Joaquín Navarro Valls consideró su obligación principal, una transmisión verdadera de la información sobre el Papa y sirvió a ese fin. Nivelaba, de esta manera, los temores y prejuicios para abrir las puertas a Cristo.
El portavoz, recordaba en alguna ocasión, cuando, en Bogotá, un niño, se le acercó a Juan Pablo II, diciendo: “Yo te conozco. Eres el Papa, el mismo que sale en televisión”. No se trata, pues, que la foto del papa aparezca en los principales noticiarios o en la primera plana de los periódicos; la cuestión es que la imagen y la palabra que la acompaña, ayuden a comunicar la verdad de Dios, preocupado por el destino de las personas. Juan Pablo II, cuya santidad se manifestaba, entre otros, en su cercanía a Dios y al prójimo, con su testimonio convencía de ello a otras personas. Su mensaje era legible y auténtico, atraía e inspiraba. Su pontificado inició un nuevo capítulo en la historia de la evangelización ya que mostró al mundo una Iglesia peregrina, a través del globo terrestre, asumiendo problemas y preocupaciones, compartiendo esperanzas y alegrías de la gente. En esta misión, Joaquín Navarro Valls, desempeñó un papel incuestionable.
¿Qué fue lo que hizo que Juan Pablo II y Joaquín Navarro Valls colaboraran de una forma tan estrecha y fructífera? ¿Qué fue lo que hizo que el portavoz tuviera acceso permanente al Santo Padre, privilegio del que no gozaban muchos dignatarios vaticanos? ¿Qué fue lo que hizo que el Papa confiara tanto en él que incluso le encomendaba misiones diplomáticas de tanta relevancia como las de Moscú y Cuba?
Fue, sobre todo, el resultado de la fe en la acción de Dios en la vida de las personas, siendo los santos ejemplo de ello; las personas que se encuentran con ellos aprenden esa fe que anima y fortalece. Joaquín Navarro Valls, antes de convertirse en portavoz de Juan Pablo II, había colaborado con san José María de Balaguer, fundador del Opus Dei y con el beato Álvaro del Portillo. Consideraba una gracia especial y un desafío poder trabajar junto al Papa y deseaba estar a la altura de este reto, en la medida de sus fuerzas y talentos.
Joaquín Navarro Valls no pudo contener lágrimas mientras anunciaba al mundo, con voz temblorosa, el inminente fallecimiento de Juan Pablo II. No fueron solo las emociones, sino su profundo convencimiento de que se le iba un padre, maestro, educador. Aquella imagen quedó grabada en el fondo de los corazones y quedó plasmada para siempre como un mensaje auténtico y un testimonio personal. Joaquín Navarro Valls falleció el pasado 5 de julio en Roma. Mientras le despedimos nos acompaña la omnipresente sensación de que se nos ha ido un hombre de profunda fe cuyo testimonio de vida y vocación, llena de pasión, no podremos olvidar.
Padre Andrzej Dobrzyński