Mt 22, 1-14
Como en los últimos domingos, Jesús continúa hablándonos en parábolas. El contexto histórico y el escenario es el mismo que el de las parábolas anteriores: los últimos días de la vida terrena de Jesús. Sus interlocutores son las autoridades judías, endurecidas e incrédulas ante su predicación y deseosos de darle muerte. Son los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, a los cuales les acusa de su actitud negativa frente al reino. Actitud de soberbia, de los que confían en su propia justicia, la que se adquiere con el meticuloso cumplimiento de la ley, pero rechaza la verdadera justicia, el camino de la salvación, que procede de Dios.
Banquete de gran felicidad
Tanto Mateo como Lucas narran substancialmente la misma parábola, pero Mateo, adaptándola a sus lectores inmediatos, una comunidad judeo-cristiana, hace de esta narración un compendio alegórico de la historia de la salvación. Donde resulta fácil descubrir en el Rey que prepara un gran banquete de bodas para su Hijo y envía a sus siervos para llamar a los invitados, a Dios que envía a su Hijo. El anuncio de los profetas. Los primeros convidados son los judíos, quienes rechazan la invitación. Y la universalización de esta llamada a la salvación en el “id a los cruces de los caminos”.
Estos personajes y las cosas que se mencionan en esta parábola resultan además, familiares a la mentalidad judía: un rey, un banquete de manjares suculentos, vino abundante, el enjugar de las lágrimas, aniquilar la muerte para siempre, una boda. La idea del festín de bodas es una imagen bíblica vinculada a la felicidad propia del fin de los tiempos, como lo anunciaba Isaías.
Escándalo de la gratitud
De esta manera queda en evidencia el rechazo que hacen de la invitación quienes fueron los primeros convidados al banquete y además se escandalizan ante la posibilidad de que ese lugar fuese entregado a “todos los que encontréis” en los cruces de los caminos, los paganos. Esta invitación se caracteriza por la gratuidad, lo que seguramente resultaba chocante a quienes estaban acostumbrados a la idea de la justicia retributiva de Dios y además se veían a sí mismos como invitados exclusivos.
Respuesta consecuente
Sin embargo, en lo que parece ser una segunda parte de la parábola, surge un rasgo del todo peculiar. Uno de los invitados es hallado sin “traje de boda”. ¿Cómo exigir un traje especial a quien se le ha encontrado en el cruce de un camino? El dato es notoriamente parabólico. No se tiene noticia de la existencia de un traje particular para asistir a una boda. Bastaba un traje limpio y decente.
Este vestido indica la acción de Dios sobre el hombre. “con gozo me gozaré en Yahveh, exulta mi alma en mi Dios, porque me ha revestido de salvación” (Isaías 61, 10). Así mismo otros textos (Ap 19,8; 22,14) que hablan del vestido o traje de boda se refieren a la justicia o santidad de Dios participada por el hombre, la gracia santificante de Dios, sin la cual no es posible entrar en el banquete. Entonces la idea la gratuidad quedará acompañada por la de una respuesta consecuente.
Somos llamados gratuitamente, pero nuestra vida debe ser cónsona con la vida de fe a la que somos invitados. Debemos estar dispuestos. No basta la llamada. La expulsión resulta terrible: “atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas”.
Anticipo del festín eterno
Finalmente no podemos pasar desapercibida la idea festiva ligada al ambiente de felicidad propio del cumplimiento definitivo de las promesas mesiánicas. Dios quiere hacer fiesta con nosotros, su pueblo. La llamada de Dios es para vivirla con alegría. Anticipo de esta alegría debe ser nuestra celebración dominical. La Eucaristía es un anticipo del festín eterno. Vivámosla con alegría, vistamos de fiesta.
Don Pedro Antonio Moya Rivera, Madrid