El Evangelio de este domingo, XXIX del tiempo ordinario, tomado del capítulo 22 versículos del 15 al 21 de San Mateo continúa ubicando a Jesús en Jerusalén. Su entrada mesiánica a la ciudad (capítulo 21, 1) le ha convertido en un huésped-peregrino que no pasa desapercibido. Su discurso, además, tiene toda la intención de anunciar el inminente cumplimiento de las profecías en su persona, “el camino de Dios” pero al mismo tiempo, propio de su vocación profética, no pierde ocasión para denunciar los vicios y pecados de quienes en este pasaje son sus interlocutores, “con franqueza” y “sin mirar la condición de las personas”, como sarcásticamente dirán ellos mismos.
Coalición por conveniencia
La actitud negativa de los fariseos frente al reino ya había sido ocupación de Jesús en tres parábolas que preceden inmediatamente la sección de hoy: invitados que rechazan el banquete, viñadores homicidas e hijos desobedientes y caprichosos; sintiéndose evidenciados y atacados, no es de extrañarnos que celebren consejo para “sorprenderle en alguna palabra”, lo que producirá una coalición por conveniencia entre quienes no solían ir de acuerdo: fariseos y herodianos. Su plan será introducir a Jesús en terreno escabroso: el de la política. Espacio oportuno para que resbale y, de esta forma, poderle acusar ante las autoridades.
La pregunta capciosa sale de la boca de los discípulos de los fariseos. Sus autoridades, quienes han orquestado el plan, parecen permanecer en la distancia. No encaran a Jesús. La presencia de los herodianos, en cambio, pondrá en evidencia la trama política que se está tejiendo.
Moneda del tributo
La respuesta de Jesús está impregnada de finísima ironía y poder de convencimiento, frutos de quien habla con autoridad. Un “sí”, o un “no” habrían bastado para hacerle reo de muerte, acusado de revelarse contra la autoridad civil, o para herir el sentimiento de su pueblo, oprimido por el imperio y anhelante de autonomía y libertad.
Quien “no tiene donde reclinar la cabeza” y que en otra oportunidad para pagar el tributo del templo, tuvo que valerse del pescador de Galilea y aquella peculiar forma de obtenerlo (Mt 17, 27), pide a sus interrogadores la moneda del tributo. Estos hombres, observantes de la ley, se ven obligados al repugnante gesto de mirar la efigie del emperador. La del tiempo de Tiberio, coronada con la inscripción divus et pontifex maximus resaltaba su “naturaleza divina”. Irónicamente, ellos si tienen la moneda…
Respuesta inesperada
A la pregunta sobre la inscripción y la imagen en la moneda le responden, del César, lo que permitirá a Jesús concluir, con total libertad, como quien está por encima de esas cuestiones, como quien es consciente de que “del Señor es la tierra y cuanto la llena” (sal 23) y además sabe que no hay autoridad o poder sobre él, si no es dado desde arriba (Jn 19, 11)… dad al César lo que es del César… pero además completará la frase con lo que quizá no esperaban… y a Dios lo que es de Dios. Los interlocutores de Jesús querían desviarse de las exigencias de Dios y su reino tal como se las había predicado, llevándole al campo de lo político, lo que les hará destinatarios del calificativo de hipócritas. Maravillados por su respuesta, le dejan y se van.
Contribuir al bien común
El incumplimiento de nuestras responsabilidades civiles nos hace participes del pecado de escándalo, de allí que el cristiano de todos los tiempos, consciente de su participación activa en la sociedad, se reconoce llamado a la edificación de un mundo mejor, donde el bien común impera. Por tanto, dar al César lo que es del César, sigue siendo un imperativo de Jesús para su pueblo. Pero dar al César lo que es de Dios, nos convierte en idolatras… así mismo los “Césares” de nuestro tiempo, quienes dirigen los destinos de los pueblos, están invitados a reconocer en el Hombre, en quien Dios ha puesto su imagen (Gn 1, 27), lo que es Dios.
Don Pedro A. Moya Rivera, Madrid