Mateo 23, 1-2
El evangelio de este domingo, heredero del ambiente polémico que ha caracterizado a los pasajes anteriores, agudiza la denuncia de Jesús sobre los vicios de las autoridades civiles y religiosas de su época; denuncia en un tono de advertencia (¿quizá de amenaza?) que se prolongará a lo largo de todo el capítulo 23 de San Mateo, pero que alcanza su momento más tenso en los 7 “ayes” que la Biblia de Jerusalén distingue con el título: “siete maldiciones contra los escribas y fariseos” y que encontramos entre los versículos 13 y 32 del mencionado capítulo, finalizando el mismo con las tristísimas, pero al mismo tiempo hermosas palabras pronunciadas, en tono de elegía, sobre Jerusalén.
Se gloriaban de su fidelidad a Dios
En su momento el mensaje está dirigido a “la gente y sus discípulos” como advertencia para evitar las actitudes de los escribas y fariseos, quienes en el discurso de Jesús son citados como un binomio, pero que es necesario precisar, no formaban una realidad única. Los escribas, en algunas versiones conocidos también como “letrados”, eran los doctores de la Ley y como tales, gozaban de reconocimiento oficial. Tenían la tarea específica de formar al pueblo y dictar sentencia en los tribunales.
Los fariseos, descendientes de un movimiento surgido en la época de los Macabeos, conocidos como “piadosos” (hasidim), no constituían una clase especial. Vivian bajo la convicción de tener en la Ley de Moisés todas las normas reguladas, en orden a lo religioso y lo civil. Se gloriaban de su fidelidad a la ley y se consideraban a sí mismos como los “puros” o separados. Formados en su mayoría por laicos, tenían tal dominio de la Ley (punto común con los escribas), que no es de extrañarnos que algunos doctores de la Ley, fueran también fariseos.
Peligro de la doble moral
El que con frecuencia sean citados juntos en el discurso de Jesús, responde a la doble moral que les acomuna. Por un lado, los escribas, aplicando el peso de la Ley a los demás, mientras ellos no se distinguían por su observancia:
lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar.
Y por otro, los fariseos, en un puritanismo extremo y externo, normalmente dirigido a la búsqueda del aplauso de la sociedad judía:
alargan las filacterias y ensanchan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos… y que la gente les llame Rabbí.
Los versículos finales justificarán toda alusión a los mencionados escribas y fariseos y manifestarán el objetivo de este discurso: alertar al discípulo del Señor, de que aunque en la sede de Moisés se hayan sentado quienes incoherentemente han ejercido el ministerio de guiar al pueblo de Dios, no deben ser tenidos por escusa ni para incumplir con lo establecido en la ley, ni mucho menos seguir su mal ejemplo.
Vivir la fe en Cristo con autenticidad
El discípulo de nuestro tiempo, miembro de la Iglesia, consciente de la necesidad de muchos y verdaderos maestros, padres y guías que, desde el propio ejemplo y experiencia de Cristo, conduzcan al pueblo de Dios a vivir su compromiso bautismal con autenticidad, es decir, vivir como hermanos; está llamado, ahora más que nunca, a vencer la tentación del “carrerismo”, del ocupar puestos de honor y pretender ser llamado con títulos que, como indica el pasaje de hoy, pertenecen a Dios y a su Cristo. Recordando que “el primero (en responsabilidad, en el ministerio, en la tarea de acompañar a la grey) será vuestro servidor”.
La tentación de la codicia siempre está presente. La codicia del dinero y del poder. Y para satisfacer esta codicia, los malos pastores cargan sobre los hombros de las personas fardos insoportables, que ellos mismos ni siquiera tocan con un dedo. Somos todos pecadores y también nosotros podemos tener la tentación de <<apoderarnos>> de la viña, a causa de la codicia que nunca falta en nosotros, seres humanos
(Papa Francisco, 5.10.2014)
Que la Iglesia de nuestro tiempo, constantemente humillada por una sociedad a la que muchas veces le cuesta reconocer en nuestro actuar, el auténtico mensaje de Cristo, sea enaltecida por la vía del servicio. Que los llamados a ocupar puestos de responsabilidad no olvidemos que hoy el evangelio nos invita a ser servidores.
Don Pedro Antonio Moya Rivera, Madrid