Mateo 25, 14-30
El pasaje evangélico de este domingo continúa enmarcado en el discurso escatológico iniciado en el capítulo 24 de San Mateo, que alcanza su punto cumbre entre los versículos 31 y 45 con el pasaje conocido como “el Juicio Final”. La parábola de los talentos no tiene una introducción propia, pero es evidente su vínculo con los versículos anteriores y la invitación a “estar preparados”, pues no sabemos “ni el día ni la hora”. ¿De qué manera nos preparamos?
¿Cómo me preparo para rendir cuenta de mi vida?
Jesús ya nos había indicado que en la relación “amo-siervo” el amo no está obligado a agradecer al servidor por su deber, al contrario, al volver este último de su jornada, le es exigido servir la mesa para su señor, culminando este servicio con la exclamación: “hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17, 7-10). La parábola de los talentos, partiendo de este principio de servidumbre, que implica asumir la tarea encomendada como propia, poniendo en ella todo el afán y capacidad de trabajo que el mismo dueño habría usado para sus intereses, deja entrever, sin embargo, la esperanza de que “el gozo de su Señor” sea también su recompensa.
Retoma el evangelista la idea del “amo”, “propietario”, “dueño”, “Señor”, “un hombre”, que se va de viaje… se ausenta… y encomienda sus bienes a sus siervos. Esta repartición desigual de los talentos en manos de sus criados, con la intención de que su capital fructifique, pone de manifiesto que es tomada en cuenta la capacidad de trabajo y habilidad para negociar de cada uno de ellos.
La idea del vivir preparados para rendir cuentas parece estar implícita en el: “al cabo de mucho tiempo…” sin embargo, a pesar de la tardanza hay un rendimiento de cuentas seguro: “vuelve el señor y ajusta cuentas con ellos”. El núcleo de la parábola se encuentra en la forma en la que estos tres servidores se preparan para rendir cuenta. ¿Cuál es su motivación?
¿Reconozco los dones recibidos de Dios?
Aunque Mateo no especifica la forma en la que los dos primeros criados invierten sus talentos sí es notorio el entusiasmo que ponen en la misión: “enseguida el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos…” “igualmente el que había recibido dos…” ambos duplican el capital inicial que les había sido confiado. Estos son los “siervos buenos y fieles”. Arriesgando, han sido “fieles en lo poco”.
Pero… ¿era realmente poco el bien encomendado? ¿Qué es un talento? ¿Cuánto era el valor de un talento en la época de Jesús? Como medida, el talento tiene su origen en Babilonia pero fue ampliamente usado en todo el Mediterráneo durante el periodo helenístico. En la época del Nuevo testamento su valor era algo más de 21 kg de plata, aproximadamente 6.000 dracmas. ¿Puede esto considerarse “poco”? Mateo pasa de la comparación a su significado.
La recompensa de la que habla la parábola es una clara alusión a la Vida Eterna. Es la entrada al banquete de bodas. Es entrar “en el gozo de su señor”. Bien ante el cual, los anteriores talentos quedas subestimados.
¿Acaso no justifico mi pereza?
Finalmente llega el turno al tercer siervo. Éste, hundido en su miedo deja improductivo el bien encomendado, el capital de su señor. Además pretende justificar su negligencia acusando de injusto a quien había puesto su confianza en él. Este último siervo no arriesga. Está cómodo en su zona de confort, o quizá es presa de su inseguridad. En todo caso resuelve enterrar el talento. Lo devuelve íntegro, lo ha conservado, pero en la relación con Nuestro Señor, esto no es suficiente. Ha defraudado las esperanzas que habían puesto en él.
La sentencia es inmediata. El señor de la parábola ahora asume el rol de juez. Revela la verdadera razón por la cual fue enterrado el talento: “siervo malo y perezoso”. Queda al descubierto la intención del negligente. Su holgazanería es la única razón de su falta de frutos. Se le quita el talento y termina en manos de quien más produjo. Es la sobreabundancia del participar del gozo de su señor. Recompensa que contrasta con el castigo aplicado a quien enterró el talento: “echadle a las tinieblas de allá afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
La felicidad en darse a los demás
Papa Francisco nos enseña en una catequesis:
El hombre de la parábola representa a Jesús, los siervos somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en el Padre celestial, su perdón… sus bienes más preciosos. Este es el patrimonio que Él nos confía. No solo para custodiar, sino para hacer fructificar. Todos los bienes que hemos recibido son para darlos a los demás, y así crecen. Es como si nos dijera: «Aquí tienes mi misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y haz amplio uso de ellos». Y nosotros, ¿Qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos «contagiado» con nuestra fe? (16-11-2014)
Don Pedro Antonio Moya Rivera, Madrid