Mateo 25, 31-46
Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. Celebración con la cual coronamos la conmemoración durante un año de los misterios de la vida del Señor y nuestra historia de salvación; culmina un año litúrgico y el próximo domingo daremos inicio a una nueva oportunidad, otro momento de gracia y ocasión para bendecir a la Palabra hecha carne que se nos da por alimento diario.
Fijar la mirada en Jesús
El texto del Evangelista Mateo que escuchamos este domingo es conocido como “el juicio final” y corresponde al último discurso pronunciado por Jesús antes de su pasión, muerte y resurrección (capítulos 26, 27 y 28). Jesús va a ser entregado, va a dar su vida por nosotros. Es un reinar que implica el sangriento paso de la cruz. Sin embargo el objetivo de esta celebración es:
fijar la mirada en Jesús como Rey del Universo; cómo lo realiza en el devenir de la historia; qué nos pide a nosotros. Ante todo, cómo realizó Jesús su reino
(Papa Francisco 23.11.2014)
Pero al fijar la mirada en este Rey, él mismo nos invita a dirigirla a su reino, y lo que es más importante, a velar para formar parte de él. A no quedarnos fuera del banquete. Este Rey que “no ha venido a ser servido, sino a servir”, quiere que todos los hombres lleguen al conocimiento de la verdad, que todos se salven, que tengan vida y vida en abundancia. Quizá por ello es necesario que en primer lugar venzamos nuestras ideas erróneas sobre este reino.
Su reino no es de este mundo
Los evangelios nos dejan constancia de que incluso aquellos mismos hombres convocados por sus nombres para ser testigos del reino que “ya estaba dentro de ellos”, sentían constantemente la necesidad de imponer sus propias ideas sobre el mismo, ante aquel proyecto que en ocasiones les pareció duro, en otras no colmaba sus expectativas y otras veces, les resultó decepcionante. De donde se desprenden intervenciones como:
danos un lugar a tu derecha y a tu izquierda, a los que hemos dejado casa, padre, madre, familia, por seguirte…; ¿maestro, ahora si vas a instaurar la soberanía de Israel?
Y el Señor responderá tajante:
mi reino no es de este mundo. El que quiera ser grande que se haga servidor de todos
Del servir al reinar
La intención de Jesús al pronunciar este discurso no es tanto la de hacer una descripción literal del futuro último, cuanto inculcar a sus discípulos la necesaria preparación para superar la prueba final. Paso que está estrechamente ligado al significado central de su persona.
Jesús se presenta a sí mismo realizando las profecías antiguas y con la misma categoría y autoridad con la que es presentado Dios en el Antiguo Testamento. El trono de gloria del que toma posesión simboliza su poder divino. Los ángeles aparecerán cumpliendo una misión: congregar a todas las gentes, sin distinción entre judíos y paganos.
Esta congregación universal da por supuesto la necesaria resurrección de los muertos. La ubicación a la derecha y a la izquierda, según el comportamiento de cada uno, supone un juicio ya realizado. A continuación se pronuncia la sentencia del juicio y las razones que la motivaron. El Hijo del hombre se manifiesta ahora como Rey e invita a los de su derecha a entrar en posesión del reino.
La vedadera piedad y la caridad
A continuación se enumeran los motivos que se alegan y justifican esta recepción en el reino. Todos ellos se reducen a obras de caridad cuyos destinatarios son “los más insignificantes”. Estas seis maneras de manifestar y hacer concreto el amor al prójimo aparecen, casi en el mismo orden, en varios textos del Antiguo Testamento: Is 58, 7; Job 22, 6-7; 31, 17. Siempre presentados como el distintivo auténtico de la verdadera piedad para con Dios. Jesús profundiza esta motivación. Las obras de caridad mencionadas, no son simples obras benéficas, sino la manifestación del nuevo mandamiento del amor; descartando de esta forma cualquier mentalidad mercantilista o justicia retributiva, en la cual Dios estuviera obligado a responder con premios a las obras realizadas. La enumeración de las obras de caridad hecha por Jesús no es ni exclusiva ni exhaustiva. La intención principal es resaltar la importancia del mandamiento del amor, manifestado efectivamente en esas obras, pero sin excluir las no mencionadas.
El amor desinteresado
Estas obras tienen el mérito de haber sido hechas en honor del mismo Jesús. Tanto los de la derecha como los de la izquierda son sorprendidos ante la sentencia del Juez, y extrañados preguntarán… ¿Cuándo lo hicimos? Queda así de manifiesto: las obras realizadas por amor aparecen liberadas de cualquier interés que condicione su valor. Vienen premiadas las obras realizadas al prójimo necesitado. Jesús ya lo había advertido: “cuando deis un banquete, invita a los pobres…» (Lc 14,13).
La sentencia dirigida a los de la izquierda es durísima. Es la separación eterna de Cristo, y por tanto, de la vida misma. La falta de amor de éstos es la que ha determinado estas penas sin límite.
Revisar nuestras vidas
El fin de un año litúrgico quiere introducirnos también en la dinámica del fin del tiempo, del fin de nuestra vida terrena. Tenemos en este domingo una ocasión privilegiada para revisar nuestros corazones y nuestras conciencias. Litúrgicamente hoy proclamamos a Cristo como Rey del universo. Nosotros somos parte de ese universo creado meticulosamente con amor. Podemos preguntarnos entonces: ¿reina Jesús en mi vida? ¿Todo cuanto soy y cuanto me pertenece tiene a Cristo por Señor? invitemos al Señor a tomar posesión de nuestras vidas.
Don Pedro Moya Rivera, Madrid