Jn 1,6-8.19-28
Querido amigo: Hoy nos vamos tú y yo a orillas del Jordán y allí vemos cómo Juan está bautizando y se le presenta una comisión del Sanedrín compuesta de sacerdotes, de levitas y de fariseos que le hacen varias preguntas y él responde como un verdadero testigo.
Lección de humildad
Querido amigo, qué testimonio tan bueno nos da Juan. En primer lugar, no sé, se me graba profundamente la palabra “testigo” y cogiendo el significado de testigo, es la persona que atestigua, que declara, que proclama, que justifica algo que ha visto, que siente y que ha experimentado. Y esto me lleva y nos lleva a ti y a mí a pensar cómo nosotros podemos ser testigos, unos testigos que proclamen lo que han visto y lo que han oído.
En segundo lugar se me fija la figura de Juan, este hombre que como sabemos ha estado en el desierto, ha estado viviendo como un asceta, comiendo lo que hemos visto ya, miel silvestre y demás, pero que siente la necesidad de proclamar a Jesús, la Luz, Él. Y cuando le preguntan con esas preguntas tan incisivas, él responde claramente:
Mirad, yo no soy ni Jesús, ni Elías, ni ningún profeta, yo no soy. Yo no soy digno de nada. Simplemente soy el que va anunciando que Dios está, que Jesús está en medio de vosotros. Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que no conocéis, que viene detrás de mí y que yo no soy digno de destar la correa de su sandalia.
¡Qué lección de humildad!
¡Conócete a ti mismo!
Segunda idea para nuestro encuentro con Jesús a través de este testimonio, de este testigo, a través de este hombre, que nos dice y nos insiste cómo podemos ser también nosotros unos precursores del Señor. “No, no lo soy”, pero dice también que tenemos que allanar, allanar, rebajar estos salientes que tenemos en nuestra vida, estas situaciones difíciles que nos rodean, este estilo de vida que me dificulta, incluso me imposibilita para anunciar la buena noticia de Jesús, que llegue a los demás, porque Él quiere manifestarse, Él quiere que alguien le proclame. Cuántas veces, cuántas veces por nuestros obstáculos, por nuestro egoísmo, por nuestros complejos, no allanamos el camino y no somos testigos.
¡Qué impresionante es esta lección de Juan, qué impresionante! También nos lleva a pensar y a interiorizar un poco todo eso que dice Juan: “Yo no soy”. Muchas veces le podemos decir y como estos ¿tú quién eres?, le preguntan, ¿qué dices de ti mismo? Interiormente podíamos hacernos esta pregunta también: “¿Tú quién eres?, ¿qué dices de ti mismo?”. Y parece como que el Señor nos lleva a que todos los días hagamos como una interiorización de nuestra vida. Si recordamos, ya en los griegos, en el Templo de Apolo, en Delfos había una sabia máxima con letras de oro que decía: “Conócete a ti mismo”. Qué bonito sería que todos los días, antes de dormir, pensáramos un poquito realmente cómo ha sido nuestro día y pusiéramos nuestra cabeza entre tus manos, Señor, y ahí nos dejáramos arropar por el amor tuyo.
¿Conocemos al Señor?
Y en esa pregunta, en ese examen podíamos preguntarnos: ¿Conocemos al Señor?. “En medio de vosotros hay uno que no conocéis”. ¿Conocemos al Señor?, ¿le encontramos? Qué bien lo entendía y lo practicaba la Madre Teresa de Calcuta cuando decía “Jesús está presente en el hambriento, en el desnudo, en el de sin techo, en el que tienes al lado, en el que está contigo, en el que está oculto en la persona de tu prójimo”. Qué lección este ser testigo que con su vida transmita al Señor. Hoy el Señor, tú, Jesús, me dirijo a ti y te doy gracias por la lección de humildad que me das: “No lo soy”. ¿Quién soy yo? Segunda lección: aprovechar y allanar, quitar todo, todo lo que el Señor ve que no puede pasar y que no podemos dar testimonio. Y tercera lección: tengo que ser la buena noticia para que Jesús cale en la persona que tengo al lado.
Gracias, Señor. Yo a veces ni me entiendo ni te entiendo, no sé verte, pero muchas personas que llevo a mi lado me ayudan con su testimonio. Ayúdame a hablar de ti. Ayúdame a transmitir a los demás tu vida. Ayúdame a que sea el corazón de todo. Gracias, Juan, por darnos este testimonio, gracias por decirnos quién es el Señor, el que está con nosotros y no le conocemos.
Que yo me pueda hacer esta pregunta: ¿qué digo de mí mismo? ¿Qué transmito? ¿Qué doy? Como siempre, en este cortito encuentro me quedo contigo, Señor, pensando y dándote gracias del regalo que me das de esta persona, de este testigo de la luz, y pienso: ¿qué testimonio doy?, ¿qué proclamo?
Y le pido a tu Madre y te pido a ti que fortalezcas mi corazón débil, que sepa tener fe para transmitirte, y que allane todos esos salientes duros duros, que no me convierten nada más que en una riqueza de mi yo, y un vacío y una pobreza tuya. Gracias, Señor, y hoy mi encuentro es de petición: Ayúdame, Señor, en este trabajo y en este regalo de ser testigo tuyo.
Francisca Sierra Gómez, Celadora del Reinado del Corazón de Jesús