Mc 6,7-13
El encuentro de hoy es sumamente comprometedor: Jesús nos envía y nos manda a la misión, pero quiere que tengamos un perfil a su estilo. Hoy, querido amigo, en este encuentro estamos ahí, junto a sus discípulos, junto a Jesús, y oímos de sus labios el envío que nos hace a cada uno. Nos envía a proclamar la Buena Noticia.
En la narración de Marco 6,7-13 me sorprende todo. Hoy, Jesús, quiero comprender lo que sientes y lo que te mueve a inviarnos con urgencia. Me pongo ahí, junto a Él, para sentir el calor de su corazón, para oír sus palabras y para ver la gran misericordia y el gran amor que siente por todas las personas que no reciben esa Buena Noticia.
Jesús ha venido de su tierra, de Nazaret, no ha sido ni creído, más bien rechazado; y movido a misericordia por las grandes miserias de esa multitud del pueblo suyo, resuelve definitivamente enviar a los doce. Pero lo resuelve dándoles unas instrucciones precisas para que haya uniformidad, para que haya unidad y para que sepan cómo tiene que ser el envío. ¡Cómo me gusta el sentido de esta misión! Veo, Jesús, que de tu grupo, el grupo de los doce, que es tu verdadera familia, que es tu comunidad, ves que ya no quieres que estén estáticos y los envías. Me hace pensar mucho: yo también soy convocada, llamada, elegida para una misión; y formando una familia contigo. Quieres que sea testigo, apóstol y discípulo tuyo.
Evangelizar al estilo de Jesús
Pero ¿cómo lo haces? Los llamas. Es una iniciativa tuya. Tú y yo, querido amigo, somos también iniciativa de Dios. Él nos llama, Él nos da un don para que con toda libertad vayamos a la misión y estemos en su camino. Pero podemos hacer muchas cosas: podemos rechazar esta invitación, podemos cerrar los oídos a esa voz que nos llama; ella nunca dejará de resonar, y así veremos su pequeño o su gran horizonte. Pero si no hacemos caso, nuestra vida será un sueño y una vida superficial. ¡Cómo me hace pensar! Me quedo oyendo esa resonancia de tus palabras en mi corazón. Y los envías a los discípulos “de dos en dos”, dice el texto. ¿Por qué? ¿Por qué haces esto, Jesús? Quieres que haya unidad, que no anden uno por uno, quieres que sean testigos libres pero unidos —“donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy Yo”. Y quieres que esta aventura se haga con ese espíritu de desapego, de generosidad, de donación, de libertad: este es el ir de dos en dos. ¡Qué grande es cuando uno siente la llamada a la misión y deja todo —como Él dice: “padre, madre, hermanos, todo”— para seguirte! Y qué bella es esta misión, aunque cueste seguir oyéndola y actuándola.
Y continuamos con el texto, que dices: “Les dio poder sobre los espíritus inmundos”. A mí también me das poder, también me das poder para expulsar todo porque la misión es una lucha contra el mal y contra su poder, es elegir todo, es tensión. Y ya sabemos que todo está sumergido en la violencia, en la injusticia, en la arrogancia… Pero Tú nos envías ahí, y nos das esa fuerza… y confío… y tengo esperanza…, pero quieres que sea así. Y ya les dices a tus discípulos y nos dices a ti y a mí, mi querido amigo, cómo tenemos que hacer, qué es lo que tenemos que llevar.
En primer lugar nos dice que no llevemos nada, nada que pueda ser representativo de apropiarnos, de tener, de tener tentaciones del dinero, de las cosas: “No llevéis nada, ni pan, ni alforja, ni dinero, ni dos túnicas”. Quieres pobreza, sobriedad, sencillez, desapego, y por eso excluyes todo esto. Quieres que se nos crea por nuestro testimonio, que seamos otros como Tú. ¡Cuántas veces para hacer cualquier misión nos aprovisionamos de tantas cosas que no sirven! “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Y nos dice también cómo “cuando vayáis y entréis en una casa, permaneced en ella”. El don de la hospitalidad. Siempre tiene que ser así el discípulo. Y lo recomienda continuamente: “Dad la paz. Entrad y entregad la paz. Pero también que sepáis que podéis ser rechazados, que muchas puertas se cerrarán, que se burlarán de vuestras palabras. Pero vosotros sois discípulos míos y tenéis que permanecer serenos.
Después de haber dado testimonio de la verdad, de la paz y del amor, y después de haber indicado cuál es la ruptura y el mal de esa casa” (en ese gesto de limpiarse el polvo de los pies, que en el mundo judío significaba una ruptura de esa relación, una distancia, y se repetía cuando se regresaba de una región pagana a su propia patria). Dar la paz, entregar la paz… aunque nos cueste, aunque sea difícil.
Saber elegir un camino nuevo
También nos dice que predicaban para que la gente se convirtiera. Y esa palabra “conversión” —tan fuerte— para mí es cambiar la mente, predicar que sepan elegir un camino nuevo, que cambien su vida. Pero tengo yo primeramente que entrar en esa conversión, en ese moldear mi razón, mi corazón a las exigencias del Evangelio. Y también que se unja con aceite a todos los enfermos, y así se curen.
Es más, dice el texto: “Ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban”. El aceite que todo el mundo sabemos que es lenitivo, que es apoyo, que significa conformación, que significa salvación, que significa liberación del mal, aliviar el mal,hacer siempre el bien, curar. El aceite cura, tranquiliza, da paz. Ser también yo aceite para los demás, curar, atender a quien esté a mi lado, como Tú, Jesús. No tenías tiempo, ni hora, ni momento, quien se te presentaba delante lo curabas, le aliviabas, le
dabas todo.
Ser elegidos, llamados y enviados
Querido amigo, este encuentro es profundo, comprometedor, exigente, pero a la vez precioso, porque nos sentimos llamados, porque nos sentimos convocados, porque nos sentimos elegidos. Y cuántas gracias tenemos que dar a Jesús. Sí, Jesús, te damos gracias porque nos das la fisonomía y el perfil del apóstol, del discípulo tuyo. La gracia y la misión, la lucha contra el mal, la pobreza, la hospitalidad, la conversión, el amor. Éste es el perfil que Tú quieres que nosotros lo contrastemos, que nosotros lo veamos, que nos sintamos como Él y que escuchemos tus palabras.
Querido amigo, yo creo que es importante quedarnos reflexionando todas estas palabras: soy llamado…, soy elegido…, soy enviado…, se me da el poder de aliviar…, tengo que tener ese perfil de hospitalidad, de sobriedad, de pobreza. ¡Y qué grande!: cuando medito tranquilamente y estoy contigo en este encuentro me siento feliz porque me veo elegida por ti para llevar al mundo la Buena Nueva con mi testimonio, para que muchos oídos sordos puedan escuchar tu voz de amor; para que con mi vida, con mi ejemplo, anden muchos paralíticos; para que el odio no camine
más, que haya paz; para que pueda entregar el amor tuyo.
Gracias, Jesús, por este envío, pero te pido fuerza. A veces llevo de todo, me preparo de todo; de todo menos de lo que no me tengo que preparar: menos Tú. Pero Tú quieres que para cualquier misión entremos en un camino de oración y de sacrificio. Que nos empapemos de tu corazón, que nos empapemos de tu amor, que ofrezcamos todo en ti, que cumplamos esa misión, que ardamos en fuego, que seamos discípulos tuyos. ¿Qué verías Tú, qué te movería para urgir la misión así y enviarlos así? ¡Cómo les cuidas! ¡Cómo les dices todo! Esta es la forma de enviar y es la forma de evangelizar.
Fuerza para ser testigo de Jesús
Terminamos este encuentro en silencio, pensando el perfil de un evangelizador, la alegría de ser elegidos, convocados, enviados con todo el poder de Jesús. Y terminamos pidiéndole y agradeciéndole y alabándole y deseando comunicar todo el amor que Tú pones en mí. Me haces tu familia, me eliges ahí, y me envías. Sé que Tú estarás mirándome, cuidándome, oyéndome, pero me estarás dando fuerza, me estarás dando alegría, me estarás dando ilusión. Que nunca decaiga y que siempre sea ese apóstol, ese evangelizador ardiente que transmite la experiencia del amor tuyo y que comunica lo que siente y el ardor que Tú le pasas a este pobre corazón. Danos la fortaleza de ser enviados.
Recuerdo esta canción tan preciosa: “Nos envías por el mundo / a anunciar la Buena Nueva. / Si la sal se vuelve sosa, / ¿con qué se la salará?”. Quiero ser sal, quiero ser luz. Dame fuerza para ser testigo de tu amor donde yo vaya. Que nunca pierda el calor y que nunca pierda la ilusión y el fuego de transmitirte donde yo esté.
Nos cogemos de la mano de la Virgen y con Ella oímos ese envío y salimos presurosos a lanzar la Buena Noticia en todos los sitios donde estemos. Que Ella nos ayude, que nos proteja y que no nos suelte nunca de su mano, para así poder transmitir el ardor, el calor y el gran amor que le apasiona a Jesús y que necesita de nosotros para comunicarse y para transmitirse a los demás.Que así sea.
Francisca Sierra Gómez, Celadoras del Reinado del Corazón de Jesús