Hoy me conmueve, querido amigo, la humanidad de Jesús profundamente, su entrega sin descanso, sobre todo su enorme corazón compasivo. Esta secuencia de la vida de Jesús (Mc 6,30-34), se me graban varias frases que me impresionan y me llevan al encuentro. La primera es una frase que me llama mucho la tención: “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco”. La segunda: “No encontraban tiempo ni para comer”. La tercera: “Le dio lástima de esa multitud que andaba como ovejas sin pastor”. Y la última que me impresiona mucho también: “Y les enseñaba con calma”.
Querido amigo, vámonos con Él a aprender a ser como Él y a aprender a tener ese corazón tan humano y tan bueno como el que tenía Jesús. Hoy le encontramos que está solo. Sus discípulos han estado predicando —que ya los llama “apóstoles” con razón, porque los envía, como enviados—, han estado predicando por varios pueblos y Él ha asistido, ha oído la muerte de Juan Bautista. Está solo. En esto que ya llegan sus discípulos, que por primera vez han ejercido el oficio de enviados, vienen a contarle contentos de la misión que han tenido, a darle cuenta a Jesús de todo lo que les ha pasado y todo lo que ha sucedido en este primer paso de predicadores. Dice el texto que llegándose a Él “le contaron todo cuanto habían hecho y enseñado”.
Pero fijaos y fíjate, querido amigo, que cuando Jesús ve que llegan así los ve fatigados, los ve cansados—, ¿qué les dice?: “Vamos, venid aparte a descansar a un sitio tranquilo”. Me llama mucho la atención. Me gusta esta actitud de Jesús, pero me hace pensar muchísimo, porque —y me dirijo directamente a Jesús—: Jesús, Tú quieres siempre que después de la actividad, después de todo ese activismo que llevamos, las prisas, el horario, el tiempo…, que no nos dejemos arrastrar por él, que necesitamos descanso, que necesitamos la charla amistosa contigo, un diálogo sosegado contigo, una calma contigo. Nos dices cómo: “Ven, ven a escansar conmigo a un sitio tranquilo”. Cuántas veces también me dejo llevar de esta prisa y no encuentro espacios para hablar contigo, para descansar. Jesús no quiere eso: quiere el trabajo y la soledad, el trabajo y el diálogo contigo y con tu Padre. Me lleva mucho a pensar en mi vida, en mis días rápidos, en mis momentos, en mi estrés, en mis tiempos muertos también, que como egoísta quiero hacer y hacer y hacer… y no tengo ni calma para estar contigo, dejándome arrastrar por ese activismo tonto que me vacía totalmente.
Y seguimos con Jesús: vemos que deja ya Cafarnaún. Era imposible estar ahí, está muy cerca la Pascua, hay mucha agitación y se convierte en una ciudad de mucho jaleo y de mucho ruido, y por eso les dice que “a un sitio tranquilo”. Como decíamos, después del ruido, del jaleo, del trabajo, del ir y venir, de la prisa, del orario… a Jesús, a un sitio tranquilo: “Venid y descansad… Venid y descansad… Acudid a mí todos los que estáis cansados y fatigados que Yo os aliviaré”. ¿Y a dónde se dirige Jesús? Deja Cafarnaún y se dirige a un lugar apartado del territorio de Betsaida. Coge la barca con sus discípulos y se dirigen al otro lado de Galilea, que es Tiberíades. Allí hay una planicie solitaria y allí con sus discípulos quieren estar con tranquilidad.
Pero ¿qué ocurre? Se corre la voz, se corre la noticia de que está Jesús. Se adelanta la gente, la multitud corre de un lado para otro y concurren antes de que ellos llegaran allí. La fama de sus milagros, la fama de cómo es Él, cómo predica, se extiende. Y al tomar tierra se da cuenta de que hay una gran cantidad, una multitud de personas que están deseosos de escucharle. El Señor sube a una pequeña colina y desde allí ve a toda esta gente, contempla esta multitud enorme, que esperan su llegada. Y cuando está ahí se conmueve, se compadece de ellas. Se compadece porque ve que son “como ovejas que no tienen pastor”. ¿Qué pastores tenía esta gente? Ninguno. Exigencias, leyes, autoridades, pero cuidado de ellos, ninguno. Y a Él le da lástima. ¡Qué corazón tan bueno tienes, Jesús! Compadecerme, sentir con el otro, ver a la gente, ver el sufrimiento, ver la multitud.
Ya no pueden descansar, ya no pueden; querían descansar, pero no pueden. ¿Qué pasa? Que ante esta situación, Jesús deja ese descanso y se pone a atender a toda esta gente. Comienza a explicarles, a hablarles, porque les da lástima. Esta humanidad de Jesús me sorprende. Les quiere alimentar. Cuando le buscan es que tienen hambre: tienen hambre de Él, tienen hambre de amor, hambre de liberación. Jesús primero les da el alimento espiritual, para más tarde —como ya veremos— les va a dar el alimento corporal. Así es Jesús, así es Jesús… Se compadece pero les da todo: les da el alimento, les llena de vida, les da toda la fuerza. Esta expresión “le dio lástima” me hace pensar en un corazón sensible, un corazón que ama, un corazón que sufre con el que sufre, que le da pena, que no es frío, que no es duro. Y pienso, querido amigo, en ti y en mí: cuántas durezas, cuántas frialdades, cuántas insensibilidades ante los demás… «Bah, no soy yo, y como no soy yo, no me preocupo».
Y qué imagen tan bonita: “como ovejas sin pastor”. ¿Quién es el pastor verdadero sino Tú, Señor? Estaban sin ti, te buscaban. ¿Te busco yo también así? ¿Me compadezco de los demás también así? ¿Tengo esa sensibilidad como Tú? ¡Qué lección tan grande en este encuentro, Señor! Quiero sentir lo que Tú sentías, dámelo a comprender, dámelo a sentir. Que yo sepa ser sensible y que sepa estar siempre en servicio, que sepa ofrecer ese pan de la palabra, ese pan de mi vida, ese encuentro con el otro. La gente, las personas no entienden que Tú estás cansado, que Tú estás con tus discípulos para descansar, necesitan de ti, necesitamos de ti, se aglomeran a tu alrededor y ansían tu palabra, quieren oírte porque Tú les hablas con autoridad, Tú les hablas con amor, Tú no eres una persona que no les deja paz.
Y a pesar del cansancio, otra expresión que me impacta muchísimo: “Les enseñaba con calma”. ¿Cómo es mi trabajo? ¿Cómo es mi entrega a los demás? ¿Cómo es lo que yo hago por los demás? ¿Sé dar a los demás con calma…, escuchar…, amar…, meterme en la piel del otro y en los zapatos del otro? Escucharles ahí… El mundo, las personas que me rodean tienen hambre de escucha y tienen hambre mía, por eso hoy, Jesús, quiero aprender la lección de no-prisa, de no-ajetreo, de no-reloj. Quiero amarte con calma y amar al otro con calma, escucharte con calma y escuchar al otro con calma, preocuparme del otro y preocuparme del cansancio de los demás. ¡Cuántas veces, Jesús, nos has dicho: “Venid a mí los que estáis preocupados y cansados, que Yo os aliviaré”! Así es Jesús.
Este encuentro me llena de amor, de ternura, de emoción, de sensibilidad. Hazme un corazón sensible para los demás, hazme un corazón fuerte para darles la palabra, el buen alimento. Señor, dame esa vida de paz, de calma, sin prisas, que oriente a los demás, no que desoriente ni que altere a los demás. Así eres Tú, Jesús.
Quiero aprender de ti esta lección. Me quiero sentar también ahí para escucharte y cuando pase el día, ¡qué bonito es al finalizar el día volver otra vez al encuentro! Me despierto en el encuentro y me duermo en el encuentro. Y ahí en el encuentro te cuento y te pregunto cómo he pasado el día, Jesús, en qué te he ofendido, qué es lo que he hecho que no está bien, en qué te he agradado, qué quieres que haga más… Este encuentro es para estar con Él ahí.
Nos metemos en la barca también con los apóstoles, vemos a ese Jesús que mira a cada uno y me mira a mí. ¡Qué de trabajo, qué de preocupaciones, cuánto te afanas! Y sólo una cosa es necesaria… ¡Cuánto afán! Descanso con Él, me quedo en la planicie, en la colina contigo, veo cómo miras Tú a los demás, al mundo, a todas las personas. Y veo cómo hablas… y me lleno de tu paz… y aprendo… y escucho… y amo… para salir escuchando, amando, entregándome. El apóstol no tiene descanso, el apóstol está siempre. El que evangeliza siempre está en servicio, siempre está entregado. Pero no nos podemos entregar si antes no nos hemos recuperado en la amistad y en el corazón tuyo.
Que yo aprenda a ser así: humano, sensible, evangelizador, testigo y amoroso en mi forma de darte a los demás. Enséñame, Señor, a vivir la vida desde ti y contigo y para ti y para los demás. “Venid a descansar… Venid a descansar a un sitio tranquilo” y “andaban como ovejas sin pastor”, porque “no tenían tiempo ni para comer” y “les enseñaba con calma”. En la paz, en la calma de tu corazón aprendo toda la lección que hoy me das. Ser Marta y ser María; sentarme a tus pies para recibir tu palabra y aprender a ser buen pastor y para aprender también a sensibilizarme de todas las personas que sufren y que necesitan mi vida, mi servicio, mi entrega desinteresada continuamente en el contacto que yo tenga con ellas.
Que así sea. Y que la Virgen, la Madre que escuchó, que supo hacer silencio, que supo acudir continuamente, me enseñe a trabajar, a descansar en su corazón, estar en servicio y compadecerme de todas las necesidades de los demás. La paz, la calma, el silencio y el amor llenen este encuentro. Nos quedamos saboreándolo en el
amor de su corazón. Que así sea.
Francisca Sierra Gómez, Celadoras del Reinado del Corazón de Jesús