El 6 de abril de 2005, cuatro días después de la muerte de San Juan Pablo II, el consejero delegado de la inmobiliaria donde trabajaba, me comunico que la empresa me regalaba un billete de ida y vuelta a Roma para ir a presentar los respetos de la misma y los míos propios al Papa, y rendirle un último homenaje en nombre de todos.
El 7 de abril, muy temprano mis padres me llevaron al aeropuerto, donde conocí a un grupo de peregrinas, que también iban a Roma, una de las cuales tenía una tía religiosa allí.
Tras llegar a Roma, y con la idea de buscar un buen sitio para los funerales que se iban a celebrar al día siguiente, ya que los periódicos habían anunciado que no se admitía a más gente en la cola para la capilla ardiente, que ese día llegaba más allá del Tiber, me dirigí al Vaticano. Tras dejar el grueso de mi equipaje en la casa de la tía religiosa de mi recién conocida compañera de viaje, me dirigí, con una mochila con lo indispensable, y un saco de dormir a la Plaza de San Pedro.
Al no poder pasar el cordón policial, bordee por detrás la columnata de Bernini, y me dispuse a pasar el día y la noche delante de una pantalla que encontré al final de una de las arcadas. De vez en cuando la barrera policial se abría a algún grupo muy concreto y les dejaban pasar a la Vía de la Conciliazone, y cuando vi un numeroso grupo de peregrinos, a lo que se abría la barrera, vi mi oportunidad, me confundí entre ellos y pase la barrera. Resulto que era un grupo de Wadowice. Así confundido me incorpore a la marea humana que hacía cola en la citada calle para entrar, ante mi sorpresa, a la capilla ardite del Papa, al que pude rendir, tras unas tres hora de cola, un último homenaje, así como participar en la Eucaristía y comulgar, en una de las capillas laterales de la Basilia de San Pedro, donde Cardenales de la Curia celebraban Misas ininterrumpidamente.
Después, y tras pasar la noche con otros cientos de peregrinos en el Borgo del Espirito Santo, tras una de las Arcadas de Bernini, pude asistir al día siguiente a los Funerales del Papa, al lado del obelisco.
Roma imperial y plebeya,
Cuna y tumba de pueblos e imperios.
Roma eterna y pasajera,
Roma, se ha quedado huérfana.
Rómulo y Remo se abrazan llorando a la loba.
Los emperadores de ayer y de hoy,
Se inclinan sobrecogidos y emocionados.
El Papa, ha muerto.
Cientos, miles, millones de hijos,
Con el corazón triste
Y el alma llena de esperanza,
Lloran y esperan. Se han quedado huérfanos.
No importa el tiempo, ni el cansancio.
No hay distancias ni naciones,
Todos somos hijos
Que despiden a un mismo padre.
Atleta de Dios, poeta, escritor,
Estadista, viajero, peregrino.
Has emprendido tu último viaje,
Y emocionado el mundo te despide,
Ese mundo que también se ha quedado huérfano.
Hasta siempre adalid de la Palabra,
Enamorado de Dios y de los hombres,
Hasta siempre hijo predilecto de María
Por fin entre sus brazos
Por fin, y para siempre “TOTUS TUUS”.
Padre Santo, hijo amado de Polonia,
Con el último beso que te mando,
Siendo está la ultima ve que te tengo cerca,
No puedo evitar sentirme huérfano,
Y decirte emocionad, que te quiero, y te querré siempre.
13/04/2005
Pedro Casado Navarro-Rubio, también el autor de la poesia, seminarista 2º, Seminario Conciliar de Madrid