Uno de los cuadros de Aneta Rinaldi, artista y conferenciante italiana, muestra a Juan Pablo II, a edad avanzada, sentado, con una capa roja sobre los hombros. En una esquina de la pintura hay una firma y la fecha del 19 de mayo de 2002. Esta imagen se utilizó para publicar un folleto y un cartel, con motivo de un concierto benéfico, celebrado en 2005, en la Academia Nacional de Santa Cecilia, en Roma, en memoria del difunto, Juan Pablo II.
La inspiración de este cuadro podía haber sido, en mi opinión, la última visita de Juan Pablo II a Wadowice, pueblo en el que nació, en 1920. Tuvo lugar el 16 de junio de 1999, durante la peregrinación a Polonia, que el Papa describió como «en cierta manera, el regreso al principio”.
Durante el encuentro con los habitantes, en la plaza del pueblo, junto a la iglesia parroquial y en los alrededores de la casa familiar, el Santo Padre recordó los tiempos de su infancia y juventud. «Miro, con emoción, esta ciudad de mi infancia, que fue testigo de mis primeros pasos, mis primeras palabras […]». Se acordó de personas de esa época: padres, maestros, sacerdotes, compañeros de colegio, vecinos, iglesias y monasterios, calles y alrededores montañosos. Expresó su agradecimiento por el don de la vida, «por el calor del nido familiar», por la formación y educación religiosa recibidas. La mirada de Juan Pablo II se colmaba con la vista de las personas, la ciudad y el paisaje. En varias ocasiones intentó terminar el discurso, diciendo: “Basta ya de recuerdos […]. Bueno, vayamos terminando poco a poco […] Terminemos ya ”, pero la emoción y el poder de los recuerdos le hacían continuar.
Mencionó, entre otros, a su amigo judío, Jurek Kruger, que después de la guerra, vivía en Roma; y una pastelería donde solía comer pasteles de crema. Aludió, también, a su compañero y director de escena, Mieczysław Kotlarczyk, y a su amiga, la actriz Halina Kwiatkowska, con quienes creó un grupo de teatro. «En el escenario de Wadowice, habíamos representado las mejores obras de los clásicos, comenzando por Antígona», dijo el Papa.
Y añadió: “Muchos recuerdos. En todo caso, aquí, en esta ciudad, en Wadowice, empezó todo. Y comenzó la vida y empezó la escuela, comenzaron los estudios y empezó el teatro. Y el sacerdocio ha comenzado”.
El cuadro de Aneta Rinaldi representa la mirada de Juan Pablo II, una mirada que combina la gratitud por el pasado con la esperanza para el futuro, vividas junto a las personas, la Iglesia y el mundo. Una mirada profundamente humana, una mirada de fascinación por la belleza de la vida.
Esta pintura pertenece a la colección del Centro de Documentación y Estudios del Pontificado, que forma parte de la Fundación Juan Pablo II. Aparte de las colecciones del museo, el Centro alberga, también, una biblioteca y un archivo.
Hace unos años, encontré, en nuestros archivos, un texto mecanografiado de Karol Wojtyła, un registro de las conferencias cuaresmales para artistas, pronunciadas en 1962. Se publicaron bajo el título «Evangelio y arte». El autor se refiere al hermano Albert Chmielowski, un pintor prometedor, que abandonó el arte para servir a los pobres, a las personas sin hogar y a los que se encontraban al margen de la vida y de la sociedad, en Cracovia. Es de suponer, que al hablar de este artista, Wojtyła se refiere, también, a sus propias experiencias y elecciones. Cuando pronunció esas conferencias cuaresmales, era un joven obispo, a mitad de su vida, detalle que, por supuesto, ignoraba. Sin embargo, lo que Karol Wojtyła quería transmitir a los artistas de Cracovia era una verdad universal, sencilla, pero, a la vez, muy profunda. Dijo: «Hemos de admitir que el mayor talento, que poseemos, es el talento de ser humanos». La belleza del arte nos ayuda a ahondar en este talento, para que pueda iluminar la mirada de cada uno de nosotros, mientras experimentamos la gratitud al pasado y la esperanza para el futuro.
Padre Andrzej Dobrzyński