La figura de
Juan Pablo II puede resultar, en la actualidad, incómoda para muchas personas.
Se debe, en gran parte, a la enseñanza de la moral humana y de las normas
morales objetivas que se aplican a cada ser humano y que deciden si el hombre
crece o no en la humanidad.
Vivimos en la época de la «dictadura del relativismo» en la que cada uno tiene su propia «verdad». Puede convertirla en una piedra de calumnia y arrojarla a otra persona solo porque no esté de acuerdo con sus puntos de vista. Ante nuestros ojos, está creciendo un mundo que puede volverse insoportable si el ser humano pierde la verdad de que es responsable de sus acciones, llamada a crear el bien y evitar el mal.
¿Del «Santo subito» a la «descanonización»?
La partida de Juan Pablo II, su muerte y funeral demostraron que era una autoridad para el mundo, para personas de diferentes religiones y creencias. Ello no significaba, sin embargo, que todos estuvieran de acuerdo con él y siguieran sus enseñanzas, sino que lo respetaban, apreciaban su magisterio y su obra. Muchas personas se dieron cuenta de que podían ser mejores gracias a figuras de tanta autoridad como Juan Pablo II quien, desde el principio, señalaba a Cristo como a aquel que conoce los corazones humanos y revela la verdad completa sobre el hombre y que tiene respuestas a las preguntas que nos inquietan. Predicaba a Jesús, desarrollando en su magisterio varios temas de la doctrina católica. Pero, sobre todo, se arrodillaba ante Él, encomendándole a todas las personas, no solo a los seguidores de Cristo.
He reflexionado muchas veces sobre lo que dijo Juan Pablo II al comienzo de su pontificado: que su primera tarea como Papa sería orar por la Iglesia y por el mundo. Desempeñaba, pues, el cargo del obispo de Roma, pensé; era el jefe de la Iglesia; responsable de tantas cosas que le exigían no tanto permanecer en la capilla, sino actuar constantemente. Para la oración ya hay monjes y monasterios de clausura.
Entendí, sin embargo, que su declaración expresaba, ante todo, la primacía de Dios, la que lo guiaba a lo largo de su vida; pero también significaba el realismo, y no tanto el misticismo. Se daba cuenta de la enormidad y complejidad de los problemas de cuya solución se responsabilizaba. El suyo era un realismo resultante de la fe en la ayuda de Dios. Expresaba, de tal modo, una cierta humildad hacia Dios, pero también la capacidad para conocer sus propias limitaciones y el riesgo de cometer errores, incluso, al nombrar obispos. ¿Es que, por ejemplo, la decisión relativa al asunto de McCarrik, cuando el Papa fue inducido a error engañado y no disponía de pruebas fehacientes, ha de destruir el legado del bien que nos dejó Juan Pablo II? Ciertamente no. Después de todo, él enseñaba que una conciencia recta es la brújula de nuestra vida, y que una depravada conduce a la degradación del hombre como persona.
De la construcción de monumentos a la implementación creativa de las enseñanzas del Papa
La crítica actual a Juan Pablo II, ocasionada por una serie de hechos recientes ocurridos no solamente en Polonia, nos hace comprender, a mi juicio, que es menester cerrar la primera etapa de la recepción del pontificado de Juan Pablo II. La «Etapa Biográfica» se centró en la memoria, en las celebraciones de aniversarios y conmemoraciones de lugares y eventos. Quizás sea de ahí de donde hayan emergido las narrativas para crear una figura monumental del Papa que «derrocó al comunismo» y consiguió tantos otros logros; del Papa que debe ser recordado constantemente para no olvidarlo. De esta recepción «monumental» subrayando la grandeza y la singularidad del Papa, es el momento de pasar, en mi opinión, al análisis problemático-existencial de su enseñanza, basado en una comprensión profunda de su magisterio, y sobre todo, en el sabio uso de esta doctrina para darse uno mismo la respuesta a las dificultades emergentes en la vida. Se trata de una actitud crítica que facilite, también, respuestas a las acusaciones formuladas contra Juan Pablo II. Se trata también de un enfoque de su enseñanza que parta de los conocimientos, fuentes y documentos disponibles, y a la vez, de un conocimiento de su magisterio situado en el contexto de la doctrina católica, de la historia de la Iglesia y de las corrientes de pensamiento, así como en relación con las cuestiones importantes del mundo moderno. Tal perspectiva permite ver la importancia de Juan Pablo II para la doctrina católica, la historia de la Iglesia, para el pensamiento humano y la historia contemporánea.
Llevo trabajando, desde 2007, en el Centro de Documentación y Estudios del Pontificado de Juan Pablo II, en Roma, que proporciona una base de datos de diversos materiales relacionados con el pontificado. A lo largo de catorce años, el número de investigadores y estudiantes que se servían de ellos, ha ido disminuyendo. Pero confío en que ello cambiará, e incluso que la circunstancia de socavar la autoridad de Juan Pablo II y desacreditar sus logros, despertará la curiosidad de las mentes. No como consecuencia de la perversidad de la naturaleza humana, sino porque la persona de Juan Pablo II posee el poder de atracción y su enseñanza el de despertar el interés. Creo que la importancia de este pontificado se apreciará mejor desde una perspectiva histórica más amplia. Sin embargo, las circunstancias surgidas recientemente pueden contribuir, paradójicamente, a que cada vez más personas comprendan que la defensa del legado de Juan Pablo II está relacionada con la defensa de nuestra identidad cristiana y, también, del auténtico humanismo.
Personalmente, estoy convencido de que Juan Pablo II fue un hombre santo, un pastor devoto, un sabio maestro e intelectual y un administrador que supo incluir hábilmente a otros en la cooperación. He de admitir que este aspecto me hizo admirar mucho cómo el Papa colaboraba con otras personas, por ejemplo, en la preparación de documentos. También creo que el análisis profundo del magisterio de Juan Pablo II, que se traducirá en lo concreto de la vida, será la mejor apología del Santo Padre. Hará aún más fuerte a Juan Pablo II, porque contribuirá a la vida evangélica de las personas que creen en Cristo, incluyendo las generaciones futuras. Quisiera aprender de Juan Pablo II a ver en cada ser humano, sobre todo, el bien, aunque esté a veces, cubierto de capas de egoísmo y pecado. Y no es tan simple…pero tan necesario hoy.
Padre Andrzej Dobrzyński
Fot. G. Gałązka