El papel que desempeñó la cuestión ucraniana como uno de los motivos que pudo influir en la organización del atentado contra Juan Pablo II (13 de mayo de 1981) fue señalado por el historiador Andrzej Grajewski, en su libro en polaco «Agca no estaba solo. En torno a la participación de los servicios secretos comunistas en el atentado contra Juan Pablo II» (Katowice 2015, la versión italiana Katowice-Warszawa 2020), escrito junto con el procurador Michał Skwara. Merece la pena volver a este tema en la situación actual de la guerra en Ucrania, desencadenada por las aspiraciones imperialistas de Rusia. Porque la historia contemporánea se compone de muchos hilos que se entrelazan entre sí.
El libro recoge los resultados de la investigación llevada a cabo por la sección de Katowice del Instituto [Polaco] de la Memoria Nacional (IPN) en 2006-2014, en relación con el atentado contra Juan Pablo II. Se recogieron, entre otros, documentos de instituciones análogas al IPN en los antiguos países comunistas, incluida Ucrania. Como resultado, la investigación tuvo que interrumpirse, ya que no se encontraron pruebas sólidas acerca de quién había ordenado el asesinato. No obstante, el material recogido ayudó a ampliar considerablemente la información sobre este dramático acontecimiento en la plaza de San Pedro.
Basándose en los documentos recogidos, y gracias a su conocimiento de los servicios secretos comunistas, Andrzej Grajewski presentó el atentado como «una consecuencia del renacimiento de la vida religiosa en la Unión Soviética relacionada con el pontificado».
El choque «Wojtyla»
La elección de Karol Wojtyla como sucesor de Pedro, y su primera visita a Polonia, en 1979, fueron un desafío «lanzado a la esencia misma» del sistema comunista, es decir, al dominio ideológico del Estado sobre las mentes y las conciencias del pueblo. Polonia era un importante eslabón del Pacto de Varsovia, y Ucrania era un destacado miembro interno de la Unión de Repúblicas Soviéticas.
Después de la peregrinación del Papa, se creó en Polonia „Solidaridad”, un movimiento social y laboral de diez millones de personas, que significó «un desafío a escala de masas al monopolio del Partido Comunista». Bajo la influencia del Papa eslavo, la Iglesia greco-católica clandestina se activó en Ucrania y «puso en el orden del día la cuestión del renacimiento del nacionalismo ucraniano, que amenazaba la estatalidad soviética».
Sin duda, «el papa polaco fue un pionero del renacimiento nacional de los pueblos de Europa del Este, […] – subrayó Grajewski, añadiendo que «en un sentido ideológico, su enseñanza sobre las raíces cristianas de las naciones de Europa del Este era un desafío obvio a la ideología y a la dominación comunista».
Miedo al profeta eslavo
Las retransmisiones de la visita del Papa en 1979 y la información sobre sus consecuencias llegaron a millones de personas, más allá de las fronteras del este y del sur de Polonia. Grajewski considera crucial el tema de los «pueblos eslavos hermanos» planteado por el Papa y su lugar dentro de la comunidad europea. La presentación de este tema provocó la reacción de los comunistas, que afirmaron que se trataba de una injerencia política de Juan Pablo II en los asuntos de otros países. También los diplomáticos del Vaticano estaban preocupados, porque no conocían de antemano el contenido de los discursos, ya que estaban escritos en polaco.
Grajewski también destaca la importancia de la referencia que Juan Pablo II hizo, en su discurso en Gniezno al bautismo de la Rus de Kiev, en el año 988, y al papel de la Iglesia greco-católica, hacia la que el Papa mostró un gran interés.
La liquidación de esta Iglesia en Ucrania, en 1946, formaba parte de la política de rusificación del país y de consolidación del dominio del Patriarcado Ortodoxo de Moscú en su territorio. Hasta el pontificado del Papa Wojtyla, la Santa Sede no había reclamado la libertad de la Iglesia católica griega.
El mensaje religioso-ideológico del Papa eslavo cayó en terreno fértil. Se calcula que, a principios de la década de 1980, había en el oeste de Ucrania 742 sacerdotes activos en la clandestinidad. Grajewski concluye lo siguiente: «No había en la Unión Soviética un medio mejor organizado, tan numeroso y con un apoyo externo tan fuerte por parte de la diáspora ucraniana y de la emigración política como los greco-católicos, que, además, existían en una de las zonas más sensibles del imperio soviético». El pontificado de Juan Pablo II fue visto como un catalizador para la activación de las «unidades», que estaban recuperando su identidad religiosa y nacional.
Desmantelamiento espiritual del sistema político
Tras el final de la visita del Papa a Polonia, se publicó la correspondencia entre el cardenal greco-católico Josyf Slipyj y Juan Pablo II, acerca de los preparativos para las celebraciones del milenio del Bautismo de la Rus de Kiev. En marzo de 1980 se celebró en el Vaticano un sínodo de obispos greco-católicos en el exilio y eligieron al arzobispo Myroslav Lubachivskyi para suceder al anciano cardenal Slipyj. Estas acciones también fueron interpretadas por los comunistas y los servicios secretos como un «desafío a la soberanía del Estado soviético» y una amenaza a la «integridad de la Iglesia ortodoxa ucraniana», como demuestran, entre otros documentos, el informe del general Vitaliy Federchuk, jefe de la KGB en Ucrania.
Andrzej Grajewski subraya que el desarrollo del patriotismo ucraniano fue visto por el Kremlin y la KGB como un peligro para todo el sistema soviético. Se temía que lo que los católicos llaman la «conversión de Rusia» – que había resonado en las apariciones de Fátima – pudiera llevar, de hecho, al desmantelamiento del sistema soviético, empezando por Ucrania.
El patriarca ortodoxo de Moscú, Filaret, también advirtió a las autoridades soviéticas acerca de la influencia «negativa» del Papa polaco en Ucrania.
Decisión al más alto nivel del gobierno sobre el atentado
En el otoño de 1979 se tomaron decisiones concretas en los niveles más altos del poder soviético, para contrarrestar la nueva política oriental del Vaticano. La KGB debía utilizar „medidas activas”, lo cual podía significar, o no, la preparación del asesinato de Juan Pablo II; pero, en cualquier caso, significaba ciertamente una actuación orientada a fomentar el descrédito del Papa.
En cualquier caso, como señala Grajewski, los primeros años del pontificado de Juan Pablo II influyeron para que «los dirigentes soviéticos definieran la actividad del papa como líder religioso en la escena internacional en términos de amenaza mortal para la sostenibilidad de la Unión Soviética y del sistema comunista mundial». Según el historiador, «los dirigentes soviéticos utilizaron todos los medios para acabar cuanto antes con el pontificado del papa eslavo».
Andrzej Dobrzyński