La sencillez de las modestas condiciones de vida, el calor del hogar, la ayuda mutua, el sacrificio, la fe profunda, la esperanza sostenida, son los valores que conformaban el ambiente de la vida familiar de los Wojtyła, que estuvo impregnada, como suele ocurrir, de momentos de alegría y de tristeza. A pesar de las dificultades y del drama que supuso la muerte de sus seres queridos, Karol Wojtyla (1920-2005) atravesó la vida con la fuerza de la esperanza, seguro de que “estaba en las manos de Dios” y de que desarrollaría el bien que le habían transmitido sus seres queridos.
El pequeño príncipe
Los recuerdos que Karol (diminutivo “Lolek”) tenía de su madre, son sobre todo de la época en que estuvo enferma. Solía ir a los médicos y acostarse en la cama, agotada por la enfermedad. Probablemente sufría de un problema cardíaco y renal. Quizás tenía una cardiopatía congénita… De lo que Lolek no se acordaba, los testigos, los vecinos lo recordaban.
Halina Szczepańska recordaba cómo Edmund, el hijo mayor de los Wojtyla (nacido en 1906), ayudaba a su madre a subir el cochecito con Lolek por las sinuosas escaleras del primer piso.
Qué alegría en la familia. La señora Wojtyła llevó el cochecito con el niño a nuestro patio (…). Había un pequeño jardín frente a nuestra vivienda (…) Y un pozo en el centro. Así que la señora Wojtyła traía al niño, se sentaba junto al pozo y yo salía al porche. Muy a menudo me pedía que bajara a cuidar a Lolek, porque tenía que ocuparse de la comida o salir a hacer recados. Entonces bajaba y llevaba a su hijo (…).
Halina observó con asombro cómo Edmund, de catorce años, ayudaba devotamente a su madre con su hermano pequeño.
Su madre le enviaba constantemente a por pañales, un biberón, ropa. El pobre Edmund siempre estaba corriendo escaleras arriba, me daba pena. En ese momento, pensé: ¿qué será este pequeño bebé cuando crezca? Lo cuidan come se fuera un principe.
El recuerdo de la vecina es, sobre todo, el de la imagen de una familia que se quería. La sencillez y la calidez de sus relaciones mutuas creaban una atmósfera que el pequeño Lolek respiraba.
El alto precio de un sueño cumplido
Emilia Wojtyła quería que uno de sus dos hijos fuera médico y el otro sacerdote. Era un sueño bastante exagerado para aquellos tiempos, aunque realista. La pareja tuvo que hacer considerables sacrificios para dar a sus hijos una buena educación. No fue fácil… la familia vivía con un solo sueldo. En el año 1924 Edmund comenzó sus estudios de Medicina de seis años en la Universidad Jagellónica de Cracovia. Las tasas de matrícula se pagaban a plazos.
Unos años más tarde, la salud de Emilia se deterioró hasta tal punto que su marido decidió acogerse a la jubilación militar anticipada. Tenía que ocuparse de la casa, de su mujer enferma y de su hijo menor. Zofia Pukło, una señora de Wadowice, ayudaba a llevar la casa, visitando regularmente a la familia Wojtyla.
Emilia no salió de casa durante los últimos meses de su vida. Una de sus vecinas, Maria Kaczorowa, recordaba que «en los días soleados la ponían en una tumbona en el balcón. Estaba ocupada cosiendo o remendando…».
Emilia no vivió para ver a Edmund graduarse en la Facultad de Medicina. Murió en abril de 1929 y Edmund concluyó sus estudios médicos un año después, en mayo de 1930. Sin embargo, no mucho después, el joven médico Wojtyla moriría de una enfermedad infecciosa. Era el año 1932. El 1 de noviembre de 1946, Karol fue ordenado sacerdote por el arzobispo de Cracovia, Stefan Sapieha. El sueño de Emilia de que uno de sus hijos fuera médico y el otro sacerdote, se había hecho realidad…
Podemos suponer que los últimos meses de la vida de Emilia, cuando se iba debilitando cada vez más, fueron de una intensa oración, encomendando a Dios a su marido y a sus hijos. La oración de confianza de una persona impotente ante un destino inexorable es poderosa.
Anhelo
En la memoria de Karol quedan pocos recuerdos de su madre, pero sí una gran añoranza. Es significativo que se dirigiera a la señora Maria Kotlarczykowa, madre de Mieczysław, y a Aleksandra Kydryńska, madre de Juliusz, es decir, de sus amigos, diciendo «mamusia» (mamita). «Estaba buscando claramente afecto maternal…» Así lo expresa en una de sus poesías de juventud, titulada «Totus Tuus».
[…]“Ya lo sé, madre, ya lo sé, dices –no termines–
No estoy terminando, madre mía. Sólo voy a abrazar
los días de primavera, los recuerdos, las memorias,
tus pechos maternos, y tiernamente, y tiernamente –
y que vuelvas a estar cerca, cerca de mi lado”.
Serenidad y disciplina interior
Para Karol, la pérdida de su madre y su hermano fueron experiencias dolorosas, que dejaron una «marca de huérfana soledad». La infancia del futuro Papa no debe verse sólo en sus «dimensiones duras y dramáticas». De niño, su padre, “un hombre de gran serenidad y disciplina interior, lo cuidaba constantemente”. Estas dos cualidades, Karol las heredó de su padre; la una estaba relacionada con la otra, construidas ambas sobre la base de una fe marcada por el sufrimiento, una fe puesta a prueba.
«A cada día le basta su aflicción» (Mt 6,34), enseñó Jesús, instruyéndonos a «buscar primero el Reino de Dios y su justicia», empezando por sí mismos. Las palabras del Evangelio pueden aplicarse a la actitud de Karol Wojtyla, padre (padre e hijo tenían el mismo nombre) y a su relación con su hijo menor, cuando se quedaron solos, pasando mucho tiempo juntos. El padre le enseñó a seguir adelante, a pesar de todo, a disfrutar cada día, a dar forma a lo bueno, a no perderse en la vida, sino a desarrollar la serenidad y la disciplina interior.
Juan Pablo II se refirió a la figura del padre en muchas ocasiones. En una entrevista con André Frossard, confesó que la vida espiritual de su padre, tras la pérdida de su esposa y su hijo mayor, “se volvió mucho más profunda”. En la confesión del Papa, que citaré aquí, cada frase y cada palabra son importantes:
«Miré de cerca su vida, vi cómo sabía exigirse a sí mismo, cómo se arrodillaba para rezar. Eso era lo más importante en aquellos años […]. Un padre que sabía exigirse a sí mismo, en cierto modo, ya no tenía que hacerlo con su hijo. Le admiraba, y aprendí que hay que exigirse personalmente en la vida y esforzarse por cumplir con los propios deberes».
Creo que la influencia del padre en Karol no debe vincularse principalmente a la piedad y a la vida de oración, sino sobre todo a una actitud existencial. La fe se hizo para ellos una fuerza para levantarse de una situación difícil y afrontar el resto de su vida.
La fe es el poder de convertir los dramas del pasado en un camino hacia el futuro, para no «celebrar» las heridas, sino para poder disfrutar de la vida tal y como es, creando el bien a nuestro alrededor.
«Debéis exigiros a vosotros mismos…»
También me vienen a la mente las palabras de una meditación dirigida a los jóvenes por el Papa durante la oración del «Llamamiento de Jasna Gora» (18.06.1983), en el santuario de la Madonna Negra en Polonia. Juan Pablo II explicaba a los jóvenes lo que quería decir la palabra «vigilar» incluida en dicha oración. Decía que se trataba de ser un hombre de conciencia, trabajar el bien dentro de uno mismo, superar el mal y la duda… Fue en este contexto en el que el Papa pronunció una frase significativa: «Debéis exigiros a vosotros mismos, aunque los demás no os exijan».
Cuando examiné una copia del manuscrito de esta reflexión, me sorprendió comprobar que no había tachaduras, ni correcciones, ni añadidos en el texto. Juan Pablo II la escribió bajo los dictados de su corazón, de su propia experiencia, de su profunda convicción, que derivaban sin duda de su hogar familiar, del ejemplo de su padre.
La frase: «Debéis exigiros a vosotros mismos, aunque los demás no os exijan» conecta –en mi opinión– con el recuerdo de su padre y la confesión del Papa: «Le admiraba, y aprendí que hay que exigirse a sí mismo…»
El hombre vive de la esperanza
Tiene razón Juan Pablo II cuando, en la citada reflexión, añade que «todo depende de cómo sea el hombre». Qué visión del hombre llevamos dentro, qué forma de ser, qué objetivos y normas nos marcamos.
Karol Wojtyla tenía muchos motivos para haberse podido rendir.Después de todo, también perdió a su padre en 1941, cuando él tenía apenas veinte años. Se quedó solo durante el transcurso de la ocupación nazi. Sin embargo, siguió adelante, persiguiendo su vocación sacerdotal y, al mismo tiempo, el sueño de su madre, el ideal de servir a la gente, que también inspiró a su hermano Edmund; igualmente, el ejemplo de su padre, su serenidad y disciplina interior. Todo esto confirma y explica las palabras pronunciadas durante aquella meditación «Llamamiento de Jasno Góra» a los jóvenes: «El hombre no puede quedarse sin salida». La fe y la esperanza cristianas indican que siempre hay una salida, que estamos llamados a descubrir.
Pareciera que para Juan Pablo II el recuerdo de la vida familiar estaba relacionado sobre todo con los dramas de la pérdida de sus seres queridos. Sin embargo, fueron al mismo tiempo una gran inspiración y probablemente tuvieron un fuerte impacto en su actitud y enseñanza sobre el papel de la familia.
El ejemplo de la familia Wojtyła también puede inspirar hoy, cuando no faltan familias marcadas por el sufrimiento y los dramas de diversa índole. Puede ayudar para crear el bien, e infundir esperanza. “El hombre no puede quedarse sin una salida”. Siempre hay un mañana mejor, una salida a una situación difícil. Todo lo que representa un valor está puesto a prueba, cuesta porque requiere esfuerzo. Siempre vale la pena darse una oportunidad y abrir la puerta al futuro.
Andrzej Dobrzyński