El cardenal Joseph Bernardin creó en Chicago, en septiembre de 1992, una comisión independiente encargada de investigar las acusaciones de sacerdotes por abusos sexuales a menores y de remitir los casos a la fiscalía si eran fundados. Fue una iniciativa pionera. Los obispos estadounidenses no se pusieron de acuerdo en una única línea de actuación. De hecho, cada uno era independiente en la elección de los procedimientos que aplicaba en esos casos. Muchos obispos enviaron a los abusadores a terapia o los despidieron del trabajo pastoral, pero un número significativo los trasladó a otros puestos e hizo todo lo posible por evitar el escándalo. Algunos bufetes de abogados estadounidenses incluso se especializaron en representar a víctimas de abusos sexuales por parte de sacerdotes.
Entre 1983 y 1993, decenas de miles de casos llegaron a tribunales laicos, como informó Giampaolo Pioli, periodista afincado en Nueva York, en el diario en lengua italiana “La Nazione”. Las acusaciones se referían en gran parte a sucesos de décadas anteriores, pero sólo años más tarde las víctimas se atrevieron a hablar de lo que habían vivido. En 1993, 100 de las 188 diócesis estadounidenses habían denunciado casos de abusos sexuales. Un total de 400 sacerdotes habían sido acusados formalmente, aunque los medios de comunicación hablaban de 2.000 o incluso 4.000 de un total estimado de 54.000 clérigos diocesanos y religiosos que trabajaban en Estados Unidos en aquella época. Se calculó que en la década 1983-1993, las diócesis de Estados Unidos podrían haber gastado unos 500 millones de dólares en reparaciones y acuerdos.
La visita «ad limina”
De marzo a diciembre de 1993, los obispos estadounidenses acudieron a Roma en visita «ad limina apostolorum». Más de 300 obispos llegaron en 11 grupos. En los dicasterios vaticanos, informaron sobre los últimos cinco años de trabajo en las diócesis que les habían sido confiadas. Juan Pablo II recibió a cada obispo de diócesis por separado, junto con los obispos auxiliares que le acompañaban, y se dirigió a cada grupo durante la audiencia. En el transcurso de estos encuentros con el Papa y los responsables vaticanos, salió a la luz la amplitud de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes contra menores en Estados Unidos, y se reconoció el problema de los procedimientos y las formas de contrarrestar los abusos.
El 11 de junio de 1993, durante esta visita, Juan Pablo II escribió una carta a los obispos norteamericanos. Se hizo pública dos semanas después en el Vaticano y en Washington. Pronto se tradujo a otros idiomas. En Polonia, la carta fue publicada por «Tygodnik Powszechny» (1.08.1993). ¿Cuál era el contenido de la carta y cuál era su significado?
Contenido de la carta
El texto consta de cuatro partes. En la primera, el Papa condena los abusos sexuales a menores como un mal moral y un escándalo. Cita las palabras de Jesús, que dijo: «Pero a cualquiera que haga causa de pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, a ése sería mejor colgarle al cuello una piedra de molino y ahogarlo en el fondo del mar» (Mt 18, 6). Lo que se necesita, por tanto, es una conversión a fondo de esa persona y preocuparse por las víctimas de sus actos. El uso de esta cita, como base para el juicio moral, demuestra que no se trata de ninguna indulgencia, sino que, por el contrario, la depravación debe ser tratada con toda la severidad que merece.
En la segunda parte, el Papa escribe sobre los medios humanos para responder a este mal. Subraya que, por parte de la Iglesia, es necesario juzgar los actos y determinar el castigo. Señala que la vía judicial es necesaria para un juicio justo, así como para «sensibilizar sobre la gravedad del mal». Informa de la creación de una comisión compuesta por expertos de la Santa Sede y del episcopado estadounidense para adaptar las normas canónicas con el fin de responder eficazmente a los abusos. La tercera parte, en cambio, está dedicada a cómo los medios de comunicación cubren el tema, convirtiéndolo sobre todo en una sensación. «El mal puede ser ciertamente sensacionalista, pero mostrarlo sólo en una atmósfera de sensacionalismo es siempre peligroso para la moral», afirma Juan Pablo II en la carta. Describir los pecados y crímenes de los sacerdotes -en términos puramente de sensacionalismo y escándalo- no sirve al bien social, sino que «trivializa las grandes obras de Dios y de los hombres».
En el cuarto apartado, el Papa señala la doble responsabilidad de los obispos: juzgar a los culpables y ocuparse de las víctimas, así como de la condición moral de la sociedad. Esta última depende de que se afronte el problema de los abusos «con todos los medios disponibles». El Papa subraya la gravedad de esta crisis para la misión de la Iglesia en el futuro.
Reacción de la prensa a la carta papal
La respuesta inicial de la prensa a la carta fue tremenda. Los titulares hablaban de la condena papal a la Iglesia norteamericana, de duras palabras en el sentido de que el Vaticano estaba dispuesto a ajustar el derecho canónico para proteger más a las víctimas y castigar a los sacerdotes culpables, de que el Papa «anuncia duras sanciones». El diario “Il Giorno” escribió incluso que el Papa había creado una comisión para reducir a estos sacerdotes al estado laico. La carta también fue bien recibida por la asociación de víctimas de abusos en EE UU. Numerosos títulos de prensa subrayaron la solidaridad del Papa con las víctimas.
Sin embargo, tras la conferencia de prensa del Vaticano (23.06.1993), aparecieron en la prensa tonos polémicos, debido a las declaraciones del entonces portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro-Valls. En una conferencia para periodistas declaró que las estadísticas divulgadas por la prensa eran falsas. En total estaba implicado el 1% del clero. La tendencia de la prensa fue generalizar el problema y culpar a todo el clero. El ambiente de sensacionalismo no ayudaba ni a la Iglesia ni a la sociedad a enfrentarse eficazmente a los abusos, sobre todo porque las acusaciones se referían a casos de décadas pasadas -los culpables ya no vivían-, así como a casos actuales. Navarro-Valls reclamó más precisión y exactitud a la hora de informar sobre esta crisis. Los periodistas se mostraron muy críticos con la afirmación del portavoz de que «habría que preguntarse si el principal acusado en este doloroso asunto no es también la sociedad permisiva en la que la sexualidad se extiende desmesuradamente».
La polémica de Kolakowski
Leszek Kołakowski, en su artículo La Iglesia en el país de la libertad, interpretó esta declaración de Navarro-Valls como un desplazamiento de la culpa de las infracciones penales de los individuos hacia una sociedad anónima. Difuminar la culpa y trasladar la responsabilidad individual a otros destruye la sociedad y cualquier comunidad.
Y la cuestión fundamental del cristianismo, escribió Kolakowski, «es, después de todo, una cuestión de culpa, del mal que hacemos y de la responsabilidad por el mal que hacemos. Si esto pereciera, no sólo desaparecería la sociedad, sino también la cultura. Sólo que el cristianismo perecería en este caso por sus propios pecados y por su propia ineptitud. Espero que no sea así». Juan Pablo II estaría de acuerdo con esta afirmación del filósofo. No se puede difuminar la línea que separa el bien del mal y justificar el pecado y el mal». Pero, sin duda, el Papa señalaría también que la condición moral de la sociedad influye en las opciones éticas de las personas, pero que esto no puede anular ni limitar la responsabilidad por los actos concretos del individuo.
Encíclica sobre los principios morales
Pocos meses después de esta carta y de la polémica en la prensa, Juan Pablo II publicó la encíclica «Veritatis splendor» sobre las cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia. El documento señala las normas éticas objetivas y la relación entre fe, razón y acciones. La encíclica fue la respuesta del Papa a la confusión existente en la teología moral católica y en la mente de muchos fieles. El Papa recuerda que los actos intrínsecamente malos lo siguen siendo siempre, «no hay privilegios ni excepciones para nadie», ya que «ante las exigencias morales todos somos absolutamente iguales» (n. 96).
A la luz de estas palabras, hay que reconocer que un pecado que implique un daño a un menor, que es un delito en el derecho civil, también debe ser considerado un delito por la Iglesia. Al mismo tiempo, el orden ético exige actuar contra todo mal que lesione la dignidad de los seres humanos, incluidos los no nacidos o los ancianos. El mal no es una sensación, sino un drama humano. La moral cristiana tiene un papel importante en la respuesta al drama del mal.
Tanto Juan Pablo II como Leszek Kołakowski llamaron la atención sobre aspectos importantes que eludían las narraciones de la prensa que informaba sobre los escándalos. Uno y otro probablemente no previeron hasta qué punto esta crisis afectaría a la autoridad moral de la Iglesia.
Una investigación que merece la pena
Merece la pena señalar que la carta del Papa Juan Pablo II a los obispos estadounidenses dio publicidad en toda la Iglesia a la crisis de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. El asunto afectaba principalmente a Estados Unidos. ¿Hasta qué punto se tuvo conciencia en aquel momento de que otras Iglesias locales también estaban afectadas?
La polémica que siguió no ayudó a centrar la atención en los procedimientos que debían aplicarse lo antes posible para hacer justicia. Sin embargo, indicó que había dificultades en la comunicación de la Iglesia de esta crisis al público y que el sensacionalismo de la cobertura mediática también tuvo sus consecuencias negativas. Al denunciar el mal cometido por ciertos sacerdotes, principalmente en términos de escándalo, se pierde repetidamente el contexto completo y la imagen objetiva del drama. La atmósfera de sensacionalismo aumenta la indignación pública y exacerba las emociones, lo que crea una situación que puede explotarse ideológica o políticamente, incluso socavando toda la actividad del clero y la autoridad de la Iglesia. Esto va acompañado de simplificaciones, tensiones y divisiones. Por eso el ambiente de sensacionalismo -como escribió Juan Pablo II- es «peligroso para la moral». Razón de más para que sea sustituido por una respuesta honesta y global al mal de los abusos sexuales y por la puesta en marcha de procedimientos adecuados para hacerle frente.
Para valorar adecuadamente la contribución de Juan Pablo II a la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia, es necesario un estudio fiable de las acciones emprendidas por él y por las instituciones vaticanas en los años noventa, así como por los episcopados que se enfrentaban entonces al problema. También será importante considerar las normas de derecho civil relativas a la denuncia de estos abusos y el tema de la impugnación del magisterio de Juan Pablo II por parte de algunos círculos eclesiásticos y académicos, así como en círculos episcopales. No se trata de buscar excusas, sino de comprender las condiciones en las que actuó el Papa.
P. Andrzej Dobrzyński
Fot. ©Grzegorz Gałązka
Texto publicado en el portal «Wszystko co Najważniejsze».