Durante la ceremonia de entrega del Premio San Juan Pablo II, que tuvo lugar el 22 de mayo en la Sala Regia del Vaticano, monseñor Marek Jędraszewski, metropolita de Cracovia, que es también la autoridad superior de la Fundación vaticana Juan Pablo II, subrayó que la creación del premio surgió por dos razones fundamentales: la primera nace de la necesidad de apoyar iniciativas que se inspiren en el legado del Papa para continuar su obra y su pensamiento. La otra se debe al reconocimiento de la importante misión que esta fundación lleva a cabo en el seno de la Iglesia universal. A continuación reproducimos el texto del discurso del Arzobispo de Cracovia.
Reverendísimos Cardenales y Obispos,
Venerables Prelados,
Queridos hermanos en el sacerdocio,
Reverendo Padre Leonard Olobo,
Distinguidas Autoridades,
Queridos miembros de la Fundación Juan Pablo II,
Señoras y Señores
Han transcurrido cuarenta y tres años desde que Juan Pablo II instituyó en el Estado de la Ciudad del Vaticano la Fundación que lleva su nombre, para apoyar «iniciativas religiosas, culturales, pastorales y sociales al servicio de los creyentes polacos en el país y en el extranjero, con el fin de mantener y reforzar los tradicionales vínculos entre ellos y la Santa Sede», como se afirma en el decreto de fundación del 16 de octubre de 1981. Ella surgió gracias a la estrecha colaboración con el Santo Padre de los círculos de emigrantes polacos de todo el mundo, pero también de muchas personas de otras nacionalidades, formando juntos círculos y asociaciones de Amigos de la Fundación.
Cuando San Juan Pablo II creó la Fundación, previó –como ya había expresado en su discurso del 7 de noviembre de 1981– que los vínculos entre la Iglesia de Polonia y Roma «adquirirían una profundidad y una dimensión especiales para responder a los desafíos de nuestro tiempo y a las necesidades de la Iglesia universal y de las Iglesias locales».
Después de diez años de actividad, la Fundación abrió sus brazos para apoyar el estudio y la formación de jóvenes de los países de Europa Central y Oriental. Fue un paso importante y con visión de futuro. Se unía a los esfuerzos de los católicos de los países occidentales para acudir en ayuda de los jóvenes de los países del bloque del Este. «¡Qué valiosa es esta labor! Quien invierte en el hombre, en su desarrollo integral, nunca pierde. Los frutos de tal inversión son perpetuos», dijo Juan Pablo II a los miembros y promotores de la Fundación el 23 de octubre de 2001, subrayando así tanto su carácter cada vez más internacional como su creciente repercusión mundial. Esto expresa la dimensión católica de la Iglesia, que une a personas de diferentes países y que hablan diferentes lenguas con lazos de fe y responsabilidad para testimoniar el Evangelio de Cristo.
En su decreto de 16 de octubre de 2003, después de más de 20 años de actividad, por el que se aprobaba el nuevo estatuto de la Fundación, Juan Pablo II subrayaba que ésta debía servir para «estrechar los lazos [que unen] a la Santa Sede con los diversos pueblos del mundo, y en particular con la amada nación polaca». Por lo tanto, hay un cierto cambio en el hecho de que el mandato de la Fundación sea servir a varias naciones.
En su último discurso a la comunidad de la Fundación, el 4 de noviembre de 2003, Juan Pablo II desarrolló este punto afirmando que: «Hoy, el ámbito de la actividad de la Fundación se ha ampliado considerablemente, hasta el punto de tener un carácter internacional». Sin embargo, añadió que conviene recordar las «raíces polacas» de la creación de esta Fundación en el Vaticano. Esto no sólo tiene un significado histórico, sino también teológico y eclesial, demostrando que la fe cristiana une a las personas en la misión común de dar testimonio de Cristo.
Roma es un lugar especial donde convergen las rutas de los peregrinos y de los misioneros, donde se cruzan los caminos de la cultura y de la historia de pueblos enteros y del mismo cristianismo. En Roma se manifiesta también la universalidad de la Iglesia, de la que es expresión particular la misión del sucesor de Pedro de «confirmar a los hermanos en la fe» (cf. Lc 22, 32). La Fundación Vaticana de Juan Pablo II no sólo es la custodia de la memoria del Papa polaco, sino que –como deseaba su fundador– es también «un punto sensible marcado por encrucijadas: los que salen de Roma hacia el mundo, hacia Polonia, y los que conducen a Roma (7 de noviembre de 1981).
Nuestro encuentro de hoy, con ocasión de la entrega del Premio San Juan Pablo II, da testimonio de ello. Esta iniciativa nace de la conciencia de que «sentire cum Petro» significa al mismo tiempo «sentire cum Ecclesia». La finalidad de este prestigioso premio es, por tanto, servir al bien de toda la Iglesia. Al mismo tiempo, su creación es el fruto maduro de la reflexión de los miembros del Consejo de Administración que desean, de este modo, que la Fundación Vaticana –probablemente una de las instituciones más antiguas que llevan el nombre de Juan Pablo II– apoye y premie las actividades que se inspiran en el legado del Papa polaco. De este modo, la Fundación Vaticana Juan Pablo II desea cumplir su misión en la Iglesia universal.
Gracias por su atención.
Fot. Grzegorz Gałązka