Pocos saben que colaboró con san Juan Pablo II durante muchos años. Su papel en el pontificado nunca se ha descrito adecuadamente. De ahí que su discreta labor haya caído en el olvido. Los libros sobre el Papa no hablan de ella o sólo la mencionan. Dedican atención principalmente a la amistad de Karol Wojtyła con la doctora Wanda Półtawska o la profesora Anna Teresa Tymieniecka. Hablan extensamente de su influencia en el Papa e, incluso, en el pontificado. Los periodistas buscan crear sospechas, sobre todo después de que estas mujeres revelaran su correspondencia con Juan Pablo II. Así que de nada sirve hojear los libros «Wojtyła a kobiety», «Le donne di Wojtyla», «Women in the life of John Paul II» en busca de información sobre sor Emilia Ehrlich.
Antes de la beatificación de Juan Pablo II, se publicó en el periódico «Gazeta Wyborcza» (26.04.2011) un artículo titulado «El Papa y la monja», en el que Aleksandra Klich, basándose en entrevistas con personas que conocieron a la monja ursulina, presentaba un esbozo de su persona. Entre los entrevistados se encuentra la doctora Anna Karoń-Ostrowska.
La necesidad de saber
Del artículo «El Papa y la monja» nos enteramos de que, durante la estancia de un año en Roma de la doctoranda Anna Karoń, a principios de los años 90, la hermana Ehrlich sirvió de «enlace» con Juan Pablo II, pasándole sus cartas. En el artículo también se puede leer que la monja ursulina expresó su indignación hacia la estudiante por «quitarle tiempo al Papa con su doctorado». Puede que no sorprenda, por tanto, que Anna Karoń-Ostrowska la describiera –lo que también se cita en el citado artículo– con las palabras «vieja arpía», «cuando atacaba con palabras afiladas, le dolía durante mucho tiempo».
Mi intención es presentar a la Hna. Ehrlich desde una perspectiva ligeramente diferente a la que lo hizo Aleksandra Klich. Al hacerlo, quiero arrojar luz sobre su relación con el Papa, en la que el término «amistad» no es crucial y decisivo para la naturaleza del vínculo. Reparar en el respeto mutuo, la colaboración y la dedicación llena de discreción, que la unía a Juan Pablo II, sirven para recordar que hay situaciones en la vida en las que una obra común es más importante que el propio yo, las ambiciones o la fama, que los vínculos humanos no se miden en centímetros de cercanía a otra persona o en el número de visitas, y no se expresan en una declaración unilateral, sino en la corresponsabilidad de una persona por la otra y por la verdad y el bien que se reconocen y realizan conjuntamente.
La familia Ehrlich
Constancia era hija de Ludwik Ehrlich, catedrático de derecho internacional de renombre mundial que procedía de una familia judía fronteriza. Ludwik, tras licenciarse en la Universidad de Lvov, siguió formándose en Europa y Estados Unidos. Enseñó en las universidades de Oxford y Berkeley. Fue bautizado en la Iglesia católica en 1917 y se casó en 1923 con Frances Thornton Lawton, estadounidense de confesión protestante. Un año después, la pareja se trasladó a Lvov, donde el profesor desarrolló su labor investigadora y docente, incluida la creación desde cero de la Escuela Diplomática y la dirección de su actividad hasta el estallido de la guerra. Se trataba de una iniciativa innovadora a escala europea, que servía para preparar a los altos cargos para el servicio al Estado polaco. Entre sus graduados se encontraba Jan Karski (un importante correo del ejército clandestino polaco durante la Segunda Guerra Mundial).
Constancia nació en 1924 y su hermano, Andrés, en 1928. Crecieron en un ambiente académico, en casa se hablaban el inglés y el polaco. Constantemente mejoraban sus habilidades lingüísticas y adquirían conocimientos con diligencia. Todo ello en un ambiente de respeto por las diferencias culturales y religiosas, entre «el ferviente catolicismo del padre polaco y el frío protestantismo de la madre estadounidense».
Una infancia tranquila se vio interrumpida por la agitación de la guerra, que separó a los miembros de la familia. Todos se quedaron en el país y todos pasaron por la cárcel. Capturada durante una redada en Varsovia, Constancia pasó tres meses en el campo de exterminación de Majdanek. Después, ella, como oficial de enlace y paramédico, y su hermano Andrés, como zapador en el Batallón Kilinski, participaron en el Levantamiento de Varsovia del año 1944. Ambos sobrevivieron. Tras su liberación, Constancia ingresó en la congregación de las Ursulinas de la Unión Romana, tomando el nombre de Sor Emilia, y Andrés dejó de creer en Dios. La familia se instaló en Cracovia, donde el profesor Ehrlich ocupó un puesto en la Universidad Jagellónica. En esta universidad, sor Emilia se licenció en filología inglesa, y en 1977, en la Facultad Pontificia de Teología de Cracovia, defendió su doctorado en teología bíblica y, ese mismo año, fue a Roma para profundizar sus conocimientos en el Pontificio Instituto Bíblico y preparar su habilitación.
Relaciones entre la hermana Emilia Ehrlich y el obispo Wojtyła
La relación de los Ehrlich con el obispo Karol Wojtyła se remonta a la época de Cracovia. Es posible que se conocieran gracias al Prof. Adam Vetulani, historiador del derecho y canonista. En cualquier caso, al profesor Ehrlich y a Wojtyła los vinculaba no solo la fe, sino también sus intereses históricos. Ehrlich fue el «descubridor» para el mundo de Paweł Włodkowic (1370-1435) y el divulgado de la contribución de la cultura jurídica polaca al desarrollo del Derecho internacional. Por el Prof. Ehrlich, Wojtyła empezó a interesarse por Włodkowic y la cuestión de los derechos de las naciones. Según Andrés Ehrlich, a su padre y al arzobispo de Cracovia les unía una estrecha amistad. Adam Redzik, investigador de la obra de Ehrlich, asegura algo similar. En la década de 1950, el profesor Ehrlich fue expulsado de la Academia Polaca de Ciencias(PAN) por su participación en una peregrinación de juristas a Jasna Góra. Más tarde se le negaría el nuevo acceso a este organismo, argumentando, entre otras cosas, que «quien es amigo de Wojtyła no puede ser miembro de la PAN».
Vale la pena mencionar que, ni durante la ocupación nazi, ni durante los años del régimen comunista, los Ehrlich se plantearon trasladarse de Polonia a Estados Unidos ni obtener la nacionalidad estadounidense para sus hijos, aunque,obviamente, tenían la posibilidad de hacerlo.
Bibliotecaria, biblista, teóloga
Sor Emilia trabajó de 1968 a 1977 en el Instituto Catequético de las Hermanas Ursulinas de Cracovia. Ayudó al cardenal Wojtyla a preparar los discursos en inglés que pronunció durante sus viajes a Estados Unidos, Canadá y Australia. Se conservan grabaciones de estas charlas, en las que una hermana angloparlante corrige la pronunciación del cardenal.
Ante la elección de este como Papa, el 16 de octubre de 1978, Sor Emilia se dio cuenta de la carga de responsabilidad que debería afrontar el nuevo Pontífice. Unos días después, Juan Pablo II la invitó al Palacio Apostólico y le pidió su colaboración. Estuvo trabajando con él hasta el año 2000, y sus funciones iban más allá de la supervisión de las traducciones de los escritos de Wojtyła y el cuidado de la biblioteca papal. Se pensó que podría aportar una «enorme contribución intelectual» y que supervisaría el aspecto bíblico de los documentos papales. Halina Bortnowska, que conocía bien a la hermana Ehrlich, declaró: «Era evidente que el Papa confiaba en ella, y ella le correspondía con absoluta devoción y discreción». También se dijo que «para adivinar en qué trabajaba el Papa o cuál sería el tema de la próxima encíclica, había que seguir de cerca en qué temas trabajaba la hermana Ehrlich en las bibliotecas romanas».
Archivo de Sor Emilia Ehrlich
Antes de abandonar la Ciudad Eterna y regresar a Cracovia a causa de una enfermedad neurológica progresiva, Sor Emilia separó parte de su material y lo donó al Centro de Documentación y Estudio del Pontificado de Juan Pablo II en Roma. Se trata de materiales relacionados con la edición de documentos y discursos papales, correspondencia sobre traducciones de obras de Wojtyla o con autores de libros sobre Juan Pablo II. También incluyen resúmenes y estudios de lecturas que el Santo Padre necesitaba para su trabajo, o guiones relacionados con actos o viajes papales.
Cabe mencionar que una de las salas del Palacio Apostólico era una práctica biblioteca para el Papa. En ella se guardaban los libros necesarios, así como los libros enviados al Vaticano. Juan Pablo II revisaba estas publicaciones con bastante regularidad y las clasificaba. La tarea de la hermana Ehrlich consistía en preparar resúmenes de aquellos artículos que el Papa no tenía tiempo de leer, aunque su temática le interesaba.
También es importante subrayar la especificidad del trabajo del Papa, que constaba de tres etapas: conocimiento de un tema, reflexión sobre el mismo y redacción del texto. Sor Emilia preparaba el material para la primera etapa, que a menudo eran problemas concretos a la luz de la Biblia o de la teología. El Papa, leyendo, marcaba pasajes, por ejemplo,citas bíblicas, a los que había que hacer referencia en el documento. La hermana también tenía la encomienda de consultar con expertos un texto ya redactado o parte de él.
En los materiales hay anotaciones de la hermana y del Papa o papelitos adjuntos con instrucciones detalladas. De vez en cuando el Santo Padre pedía a Sor Emilia que hablara un rato con él, a veces por un consejo, o era ella quien señalaba alguna carencia, error o sugería un punto de vista diferente sobre un tema concreto. «Siento mucho escribir todo esto por carta […], pero para el asunto me parece importante esta idea», escribió sor Ehrlich, defendiendo que Veritatis splendorseñalara desde el principio que la teología moral no es sólo una filosofía, sino que se basa, sobre todo, en la Revelación.Por norma general, cada estudio lleva el reconocimiento manuscrito del Papa: «Grazie s. Emilia», siendo, a veces, frases más largas. Hace unos años se publicó un artículo (también disponible en línea) de la hermana Julia Marta Knurek, empleada del Centro de Documentación y Estudio del Pontificado de Juan Pablo II, con sede en Roma, sobre la contribución de la doctora Emilia Ehrlich, monja ursulina, al pontificado de Juan Pablo II, en el que se ofrecía una visión más amplia de este conjunto archivístico.
¿Era amiga del Papa?
No hay nada en el legado archivístico de la hermana Ehrlich que hable «expressis verbis» de su amistad, a pesar de que eran casi contemporáneos en edad y su relación duró casi cuarenta años. Por otra parte, se percibe el respeto mutuo, la responsabilidad por el pontificado, por la doctrina católica, por la contribución de la cultura cristiana polaca a la historia de la Iglesia universal y a la historia contemporánea del mundo. Les unían la fe, el patriotismo y el propósito de dejar una huella polaca en la historia del papado y una huella papal en la historia de Polonia.
A mediados de 2002, Sor Emilia ya no podía hablar y se desplazaba en silla de ruedas. Con ocasión de la última peregrinación de Juan Pablo II a Polonia, en agosto de ese año, la llevaron a la curia de Cracovia. Durante el encuentro, Sor Emilia no pronunció una sola palabra. Después de esta visita, el Papa, agradeciéndole su presencia, le escribió: «El silencio es a veces más elocuente que las palabras». Sor Emilia falleció el 14 de diciembre de 2006 y fue enterrada en la tumba familiar, en el cementerio Rakowicki de Cracovia.
Estoy convencido de que la hermana Emilia Ehrlich era ajena a la búsqueda de un papel especial para sí misma junto al Santo Padre, con el fin de jactarse de ello ante los demás. Sospecho que no se arrepentía de su habilitación inacabada ni de su carrera académica no realizada. La familia de Sor Emilia, su pasado en el AK (Ejército del Interior), su estancia en el campo de concentración y de trabajo, su conocimiento y su amor por las Sagradas Escrituras indicaban claramente que, en última instancia, es Dios quien dirige la vida de una persona: Él le asignó el papel de «bibliotecaria» del Papa, tambiénde biblista, teóloga y colaboradora. Con su saber, sus talentos, su conocimiento de idiomas y su diligencia, pudo contribuir a la salvación de las personas, algo que a muchos les suena patético, pero que es un deber de por vida para las personas de fe profunda. No perdió tiempo en darse a conocer a sus contemporáneos y procurar ser recordada en la posteridad. ¿Puede calificarse de amistad la relación y el vínculo que la unían a Juan Pablo II? Lo mejor es que el lector responda por sí mismo a esta pregunta.
Andrzej Dobrzyński
Traducción Alejandro Czernia
Photo: © Vatican Media