Durante su primera visita a Lourdes, el 15 de agosto de 1983, Juan Pablo II dijo a los enfermos que el sufrimiento tiene «mil rostros». Cuántos encuentros, discursos y acontecimientos durante el pontificado del Papa polaco desvelaron los rostros del sufrimiento: los rostros de las personas afectadas por la enfermedad, los rostros de los dramas de la vida, de las regiones del mundo afectadas por catástrofes o guerras y, finalmente, el rostro del Santo Padre enfermo. El Papa nos enseñó a ver el rostro más importante del sufrimiento, su rostro evangélico.
En su discurso en el santuario de Lourdes, el Santo Padre se refirió a una frase de la constitución conciliar Gaudium et spes, según la cual «por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolory de la muerte que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad». Señaló a este respecto el papel de la aceptación del sufrimiento en la creencia de que Dios puede sacar bien del mal, y la actitud de sacrificio, es decir, el don del sufrimiento dictado por el amor a Dios y a los hombres. La aceptación y la capacidad de sacrificio aportan libertad interior a la persona que sufre, confirmando las palabras de Jesús de que «quien pierda la vida por él, la encontrará» (Mt 16,25). El Santo Padre calificó el lugar y el papel de los enfermos en la Iglesia como una «misión especial» de trabajar con Cristo por la salvación del mundo.
La visita al santuario mariano de Francia contribuyó probablemente a la formulación de muchas reflexiones sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano. La carta apostólica Salvifici doloris, firmada por el Santo Padre el 11 de febrero de 1984, es decir, en la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, daba testimonio de ello. En ella, Juan Pablo II presentaba el misterio del sufrimiento a la luz de la verdad de la Redención del hombre. El mundo del sufrimiento humano es inmenso. Son dramáticos los intentos de encontrar respuestas a la pregunta ¿por qué sufrimos? La Cruz de Cristo nos muestra que el sufrimiento puede ser superado por el amor. Al vincular nuestros sufrimientos humanos a la Pasión de Jesús, se revela su sentido salvífico, que Juan Pablo II llamó el «Evangelio del sufrimiento». El mundo lo necesita porque «cuanto más amenazado está el hombre por el pecado, cuanto más pesadas son las estructuras de pecado que arrastra el mundo moderno, más sentido tiene en sí mismo el sufrimiento humano». La Buena Nueva sobre el sentido del sufrimiento humano es también una llamada a cuidar de los enfermos, los débiles y los ancianos.
Para integrar eficazmente el «Evangelio del sufrimiento» en la vida de las sociedades actuales, en el primer aniversario de la publicación de la carta Salvifici doloris, el Santo Padre instituyó la Pontificia Comisión para la Pastoral de la Salud, que más tarde se transformó en el Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud. Además de apoyar las actividades de las asociaciones católicas en el cuidado de los enfermos, promoviendo los valores cristianos en la asistencia sanitaria, el Consejo ha supervisado la organización de la Jornada Mundial del Enfermo desde 1992. Al establecer la celebración de la Jornada del Enfermo, Juan Pablo II fijó su fecha en la jornada mariana del 11 de febrero. Con María nos detenemos ante «todas las cruces del hombre moderno», y el santuario de Lourdes es un lugar especial «y al mismo tiempo un símbolo de esperanza y de gracia, un signo de la acogida y del ofrecimiento del sufrimiento salvífico».
La celebración de la Jornada del Enfermo es una oportunidad para sensibilizar a la opinión pública sobre los diversos problemas de los enfermos y sobre la desigualdad en el acceso a la atención médica. En su primer Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, en 1993, Juan Pablo II subrayó, entre otras cosas, la responsabilidad de las autoridades civiles en la gestión del dinero público destinado a la asistencia sanitaria. Durante la celebración de la Jornada del Enfermo en el Jubileo del año 2000, el Santo Padre señaló que el progreso de la ciencia no siempre se utiliza para socorrer realmente a los débiles y enfermos. El aborto y la eutanasia son un signo dramático de ello. Por tanto, es necesaria una llamada a la conversión para que se respete el don de la vida. Señaló lo importante que es predicar el «Evangelio del sufrimiento» en sociedades en las que muchas personas están convencidas de que la enfermedad niega el sentido de la vida. En el sufrimiento, uno puede crecer espiritualmente, convirtiéndose en una persona más madura, sensible y sabia.
Muchos textos y discursos papales han servido para profundizar en el sentido cristiano del sufrimiento. Sin embargo, el sufrimiento personal de Juan Pablo II habló con mayor claridad: la sangre derramada en la plaza de San Pedro el día del atentado contra su vida, el 13 de mayo de 1981, sus varias estancias en la clínica Gemelli de Roma, sus dificultades de movilidad, o los síntomas crecientes de la enfermedad de Parkinson, que hicieron cada vez más difícil el ministerio del sucesor de San Pedro. Sin embargo, supo hacer de sus sufrimientos, de su enfermedad y de su flaqueza física una confirmación de la verdad de que el sufrimiento se vence con el amor.
Cuando el Papa vino a Lourdes por segunda vez, el 14 de agosto de 2004, era un hombre enfermo y afectado por la debilidad física. Se instaló en una casa para peregrinos enfermos, el «Accueil Notre-Dame». En su discurso a los enfermos delante de la Gruta de Massabiels, dijo entonces que «como ellos, vivía un período marcado por el sufrimiento físico, pero no por ello menos fecundo en el plan predestinado de Dios». Confesó que en su ministerio apostólico siempre había depositado «una gran confianza en el sacrificio, la oración y la entrega de las personas que sufren». Como expresión de la convicción más profunda de su corazón, resonaron las palabras de su testimonio: «Queridos hermanos y hermanas enfermos, quisiera daros un abrazo de corazón, a todos y cada uno de vosotros, y deciros lo cerca que estáis de mí y que me solidarizo con vosotros. Lo hago en espíritu, confiándoos al amor materno de la Madre del Señor…». La procesión del rosario, durante la cual se meditaron los misterios de la luz, fue simbólica. Juan Pablo II iba en un coche panorámico seguido de enfermos, muchos de ellos en silla de ruedas, médicos y enfermeras, sacerdotes y monjas, así como voluntarios y peregrinos. Al final del rosario, el Santo Padre pidió a la Santísima Virgen que nos enseñe «a construir el mundo desde dentro… en la incomparable fuerza de la Cruz». La Iglesia peregrina en la fe a través de la historia de los hombres concretos, llevando la gracia de la salvación. Siempre brota de la cruz de Cristo, en la que los enfermos y los que sufren tienen una participación especial.
Juan Pablo II salió al encuentro de los enfermos no sólo con la Palabra de Dios en los labios, sino también con su sensibilidad humana. Al día siguiente de su elección a la Sede de San Pedro, acudió a la Clínica Gemelli para visitar a su amigo Mons. Andrés Dracur. Como en esta profunda amistad entre dos hombres de Iglesia, el trono pontificio se unió a la silla de ruedas, así la obra del pontificado se entrelazó con el sufrimiento y las oraciones de muchos enfermos. Cada año, el día de la conmemoración de Nuestra Señora de Lourdes, la basílica de San Pedro se llenaba de enfermos y de quienes acudían en su ayuda. En la plaza de San Pedro, tomaron asiento en primera fila. El Santo Padre les habló, les bendijo, les abrazó y les besó como a amigos queridos y fieles. No faltaron encuentros con enfermos durante las peregrinaciones papales. ¡Cuántos rostros de sufrimiento había! La gente pedía a Juan Pablo II que rezara y le apoyaba con sus oraciones. Es imposible definir el bien que ha hecho el «Evangelio del sufrimiento» que el Santo Padre encarnó en su vida. Sólo Dios lo conoce plenamente.
En la Casa Polaca de Via Cassia, en Roma, se pueden encontrar no sólo libros con las enseñanzas del Papa sobre el sufrimiento y con testimonios de enfermos, que hablan de quién fue Juan Pablo II para ellos. También hay numerosos regalos que simbolizan el amor de los enfermos por el Santo Padre. Podemos ver este amor en el cuadro de la Virgen y el Niño pintado con la boca por Joasia, de cinco años, que nació sin brazos ni piernas; en el cuadro de un paisaje pintado con una pierna por la señora Joseph, en las obras de niños enfermos de leucemia o de personas con discapacidad mental. Estos y otros dones confirman la verdad de las palabras de Juan Pablo II, pronunciadas poco antes de partir hacia la casa del Padre, según las cuales «en toda forma de sufrimiento humano hay una promesa de salvación y de alegría». A través de sus palabras, encuentros, gestos y sus propios sufrimientos y enfermedades, el Santo Padre nos ha dejado una «encíclica» sobre el «Evangelio del sufrimiento», es decir, un testimonio de que la salvación llegó a través de la cruz. Transformemos la gratitud por este don en oración y atención a los enfermos y a los que sufren.
P. Andrzej Dobrzyński
Fot. Servizio Fotografico